Evangelio según San Lucas 14,25-33

martes, 6 de noviembre de

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:

 

“Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

 

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’.

 

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

 

De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.”

 

Palabra de Dios

 


 

P. Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

 

En el evangelio de hoy la liturgia de toda la Iglesia nos presenta para meditar Lucas 14, 25-33. Tomá tu biblia y animate a meterte en este pasaje. Jesús que iba con un gran gentío y comienza a enseñar acerca de las exigencias del seguimiento y del discipulado. Tratemos de pensar algunas ideas para nuestra oración de hoy:

 

En primer lugar, tener una mirada pura. Qué lindo es responder al llamado de Dios, ¿no? Sabernos llamados por Dios, aunque a veces estemos un poco sordos. Continuamente el Señor Jesús nos está llamando para seguirlo, por eso nos regaló a cada uno una vocación que nos enseña a vivir en el amor. Dios no es mudo y Él sabe muy bien lo que vos y yo necesitamos para alcanzar la plenitud y la felicidad. Eso es Jesucristo, nuestra pascua, nuestra alegría. Pasa por estar y gustar su presencia. Muchas veces estamos como metidos en nuestros problemas y nos olvidamos de esta novedad de este anuncio. Por eso el evangelio de hoy nos invita a dejar de ver las heridas, el pasado, a secarse las lágrimas y empezar a mirar la vida con los ojos de la fe. Abrí bien los ojos de tu corazón y pedí al Señor la gracia de descubrirlo donde estás. Mirá a tu familia, a tus compañeros de estudio o de trabajo, tu jornada, tu día, descubrí la vocación a la alegría que Jesús te quiere regalar. Invertí en tu vida espiritual y en tu relación con Jesús y los demás. Hay que tener los brazos levantados para cargar la cruz y seguir caminando.

 

En segundo lugar, primero es la elección, luego la renuncia. Qué bueno darnos cuenta que estamos siguiendo a Jesús, y que este camino tiene sus sacrificios también. Hoy la Palabra te invita a prestar atención a las huellas de Jesús en tu vida. Si te cuesta, si al final decís “Bueno, quiero seguir al Señor pero qué difícil se me hace. Nadie me entiende, es demasiado lo que me pide, son muchas renuncias”, no te desesperes. El Señor sabe, el Señor te conoce mejor de lo que vos te conocés. Y por eso te invita a amarlo en primer lugar. Siempre lo primero es el amor, siempre lo primero es la elección. Nadie renuncia por la renuncia misma, sino que primero viene una elección. Ojo, eh. Dios cuando te llama no te dice que dejes de amar. No te dice que no ames a tu familia, a tus amigos, a tu vida. ¡Es justamente lo contrario! Te pide que ames en serio, que ames a fondo, que ames radicalmente. Pero te avisa, que si no lo amás antes a Él y desde ahí te ponés a amar lo otro, vas a fracasar. Dios te hace libre para amar en serio. ¿Escuchaste bien? Es una invitación grandísima la que nos hace el Señor. Amar en todo y a todos. Por eso San Pablo nos pide que la única deuda entre nosotros sea la del amor. Así que no le tengas miedo a las renuncias en tu vocación, sea cual sea, Dios te va a dar mucho más de lo que te imaginás. ¿Te animás a confiar?

 

Por último, hay que cargar con la cruz. Todos tenemos una cruz, nuestra cruz. Hay que cargarla, asumirla y dejar de resongar un poco también. Es el famoso “¿por qué a mí?, ¿para qué a mí? Todo lo malo me pasa a mí”. Bueno, desde la Palabra tenemos una oportunidad para dejar de girar en torno a lo que uno sufre, porque después viene el consuelo. Todo terminará bien, como dice la canción. Hermano, hermana, si hay queja en tu vida, eso no sirve para nada. Anímate a asumir la cruz que Dios permite en tu vida y pedile las fuerzas para llevarla. ¿Qué te parece si hoy tomamos esa decisión? Caminar con Jesús y que Él te ayude a llevar tu cruz de cada día. Que tu oración se haga tu ofrenda. Nunca te olvides que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”. Que tu amor sea concreto. Amar siempre, y si es necesario, también con las palabras.

 

Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.

 

Oleada Joven