Evangelio según san Lucas 18, 35-43

viernes, 16 de noviembre de

Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: «¿Qué querés que haga por vos?». «Señor, que yo vea otra vez».  Y Jesús le dijo: «Recuperá la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios.

 

Palabra del Señor

 

 


 

P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito

 

Estamos ante la curación del ciego. Nosotros en esta escena podemos vernos reflejados. Somos ciegos muchas veces, no tanto de los ojos corporales, sino de los ojos del corazón. Nos falta la fe. Nos falta la luz de la fe que ilumina nuestro camino. El que sigue a Jesús no anda en tinieblas. Jesús se proclamó como la luz del mundo. Dijo así: yo soy la luz del mundo el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

 

Creo que nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado. Dios nos regaló ya en nuestro bautismo la luz de la fe. La fe es un regalo de Dios, pero se nos da en semilla. De nosotros depende que esa semillita crezca. Hay que sacarles los yuyos y regarla cada día con el agua de la oración, con el agua de la Palabra de Dios. Esa semilla de la fe irá creciendo y se convertirá primero en una plantita tierna, y luego irá tomando fuerza hasta ser un árbol grande, y vendrán los frutos.

 

Jesús nos pregunta hoy a nosotros como le preguntó al ciego: ¿qué querés que haga por vos? Podemos responder que vea otra vez, que podamos volver al primer amor, cuando todo andaba entre rieles y la luz nos llenaba de vida. Luego tal vez se nos fue oscureciendo el camino, nos fuimos cansando y hemos aflojado. Y esto es muy humano. El Señor ve todo lo nuestro y nuestro pecado, y no lo asusta ni lo aleja de nosotros. Por eso con confianza podemos decirle: Señor que vea de nuevo, que vea otra vez.

 

El ciego recuperó la vista y lleno de alegría siguió a Jesús. Jesús sigue pasando por nuestra vida, no lo desaprovechemos. El quiere darnos la luz de la fe o reavivar nuestra llama de la fe si se ha apagado, pero nosotros debemos pedírselo. A él le encanta que nos sintamos pobres, débiles, y que acudamos a él con confianza.

 

Señor abre nuestros ojos del corazón y danos la luz de la fe que ilumina nuestro caminar por el Camino. Cristo es nuestro camino, si caminamos en él, es el camino que nos conduce al Padre. Alejarnos de Jesús es vivir en la oscuridad, acercarnos a Jesús es vivir en la luz de su amor. Que podamos caminar siempre en esa luz radiante que ilumina nuestras vidas llenándolas de alegría y de sentido.

 

 

Oleada Joven