Evangelio según San Lucas 19,11-28

martes, 20 de noviembre de
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Jesús dijo una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.

 

El les dijo: “Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida.

 

Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: ‘Háganlas producir hasta que yo vuelva’.

 

Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: ‘No queremos que este sea nuestro rey’.

 

Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.

 

El primero se presentó y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más’. ‘Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades’.

 

Llegó el segundo y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más’.

 

A él también le dijo: ‘Tú estarás al frente de cinco ciudades’.

 

Llegó el otro y le dijo: ‘Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado’.

 

El le respondió: ‘Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses’.

 

Y dijo a los que estaban allí: ‘Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más’.

 

‘¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!’. Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia”. Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.

 

 

Palabra de Dios

 

 


 

P. Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

 

Una de las cosas más importantes del camino de seguimiento de Jesús al que vos y yo estamos llamados en esta vida es dar. De aquello que hemos recibido, saber dar para dar frutos, para producir. Esto es lo que nos enseña el evangelio que compartimos hoy, Lucas 19, del 11 al 28. Jesús sigue subiendo hacia Jerusalén, y como ya estaba cerca, muchos pensaron que iban a recibir eso que esperaban, el Reino de Dios. Pero una vez más el Señor aprovecha para enseñarles que el reino no tiene que ver solamente con recibir, sino también con el dar de lo recibido. Te invito a meditar algunas ideas para nuestra oración de hoy.

 

En primer lugar, empezá a dar desde ahora. Si hay algo que nos enseña la Palabra es que la venida del Reino es un intercambio de corazones, un intercambio de amor, un dejar que Dios se me de para poder yo también ofrecerme a Él. Esto que parece un trabalenguas es la clave de la vida cristiana. El amor es dar y recibir, es benevolencia y correspondencia. Dios se da por completo todo el tiempo, se dona a vos y nosotros tenemos que imitarlo: dar. Ofrecerle al Señor y ofrecerle a los demás eso que somos. Ofrecer nuestros dones, lo que tenemos, nuestros talentos, nuestras virtudes, nuestras vidas compartidas. Solamente desde ahí las alegrías se agrandan y las tristezas se achican. Vos fíjate cómo muchas veces vivimos tan mezquinamente, buscando siempre sacar provecho, calculando en el “si vos me das, yo te doy”. Hermano, hermana, así la vida se amarga, se vuelve gris. Por eso san Pablo nos cuenta que Jesús decía que “hay más alegría en dar que en recibir”.

 

En segundo lugar, no te paralices. El evangelio nos muestra que Dios es como este hombre rico que confió bienes a sus servidores para que lo administren. Cada uno de nosotros hemos recibido bienes. Es decir, no pongas tu mirada solamente en los pecados. Seguramente hay errores, defectos, cosas que tendríamos que haber hecho, y nos enganchamos fácil con eso. Pero hoy el Señor te dice: pará un poco, pará de mirar lo negativo en tu vida. Pará de ver la angustia, la tristeza, los fracasos. No te des manija, dejá de tirarte tierra encima. Al contrario, fíjate cómo Dios te dio capacidad para hacer el bien, para ser buena persona. Lo peor que nos puede pasar es escuchar esa voz del demonio que nos miente, que nos dice que no servimos para nada y creerle. Lo peor que nos puede pasar es no arriesgar, no compartir, quedarnos paralizados y ser como ese servidor que, por miedo, no invierte. Acordate que el miedo, unido a la pereza, hace de la vida se vuelva triste y sin sentido.

 

Ponete a pensar que Dios te dio capacidades, carismas, virtudes para reparar, para trabajar y, fundamentalmente, para amar en el servicio. Por eso pregúntate hoy: ¿qué estás haciendo con lo que Dios te regaló? ¿Estás guardando todo celosamente o te estás animando a producir? Qué lindo sería que de este evangelio te animes a ponerte manos a la obra al menos en un servicio a los demás. Empezá con algo concreto y hoy anímate a hacer un servicio a tu hermano. No entierres lo que Dios te da, podés mucho. Fijate qué podés dar. No te quedes con las manos cruzadas porque Dios confía en vos más que vos mismo. Vos podés, anímate a trabajar para la obra del Reino que comienza desde acá.

 

Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.

 

 

Oleada Joven