Evangelio según San Lucas 21,1-4

viernes, 23 de noviembre de

Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir.”

 

Palabra de Dios

 


P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito

 

La viuda puso dos moneditas en la alcancía del Templo. Ella, que era una viuda pobre, echó los dos moneditas que tenía. Todo lo que tenía para vivir. Qué mujer tan generosa. Tal vez al dar todo, ese día no tendría para comer. Esto nos enseña que no importa la cantidad de lo que damos, sino el amor con que lo damos. La buena mujer dio poco, pero lo dio con amor. A partir de este hecho podemos preguntarnos: ¿Qué damos nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos? ¿Lo damos con sencillez, con amor o solo para que nos vean? ¿Lo damos gratuitamente o pasando factura? ¿Ponemos nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por egoísmo? Es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra. Para muchos es fácil dar dinero. Lo difícil muchas veces no es dar, sino darnos. Cuesta mucho darnos, dar de nuestro tiempo, dar de nuestro afecto.

 

Todo esto nos puede costar más que dar dinero. Dios se nos ha dado totalmente a nosotros. Nos ha enviado a su Hijo, que se ha entregado por todos en la cruz para salvarnos. Pensando en la entrega de Jesús es bueno cuestionarnos. ¿Hemos sido generosos? ¿Hemos echado nuestras dos moneditas para el bien común? Puede ser dinero o puede ser nuestro tiempo en el servicio. Por eso, ¿podemos decir que nos hemos dado a nosotros mismos? Muchas veces nadie se ha dado cuenta ni nos han aplaudido. Y es mejor así. Lo importante es que Dios lo vea. A Dios nada le pasa desapercibido. Si hacemos cosas buenas para que los hombres nos aplaudan, esa ya es la recompensa. Si hacemos el bien y solo Dios lo ha visto, Dios mismo se encargará de retribuirnos. Porque Dios es bondadoso y a El nadie le gana en generosidad.

 

 

 

 

 

Oleada Joven