Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole”: “Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente”.
Jesús le dijo: “Yo mismo iré a curarlo”.
Pero el centurión respondió: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: ‘Ve’, él va, y a otro: ‘Ven’, él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘Tienes que hacer esto’, él lo hace”.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”.
Palabra de Dios
Padre Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito
Jesús sana el criado enfermo de un centurión romano. El militar es pagano, romano, o sea, de la potencia ocupante. En ese momento Palestina estaba ocupada por Roma. Pero la gracia no depende de si uno es católico, judío o romano. La gracia de Dios depende de la actitud de fe. Y en eso el centurión romano es un ejemplo. El centurión pagano da muestras de una gran fe y humildad. Jesús alaba su actitud y lo pone como ejemplo. La salvación que anuncia va a ser universal, no sólo para el pueblo de Israel. Jesús tiene una admirable libertad ante las normas convencionales de su tiempo. Concede la salvación de Dios a todos, como quiere y cuando quiere.
Jesús sigue ahora, desde su existencia de Resucitado, en la misma actitud de cercanía y de solidaridad con nuestros males. Quiere sanarnos a todos, nos trasmite su palabra salvadora, y nos da fuerza y salud. Nuestra oración, si está llena de confianza, siempre será escuchada.
En la misa, antes de acercarnos a la comunión, repetimos las palabras del centurión de hoy: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Nadie es digno, pero Jesús a todos nos quiere sanar. La Eucaristía quiere curar nuestras debilidades. El mismo se hace nuestro alimento y nos comunica su vida: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él». La eucaristía no es solo para perfectos, si fuera así nadie podríamos comulgar, porque ninguno es perfecto. Solo Dios es perfecto. La eucaristía es comida para pecadores, y todos somos pecadores. Por eso en la eucaristía buscamos el perdón y la fuerza de Jesús que nos sostiene y anima siempre. Si no comemos alimentos no tenemos fuerza, igual nos pasa si no recibimos la Eucaristía, no tendremos fuerza espiritual.