Evangelio según San Lucas 1,39-48

martes, 11 de diciembre de

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.  Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. 
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz”.

 

Palabra de Dios

 


 

P. Matías Burgui, sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

Hoy queremos celebrar junto con toda la Iglesia, como cada 12 de diciembre, la fiesta de María, virgen de Guadalupe, Reina de México y emperatriz de América. Es un regalo que nos hace este camino del adviento para poder prepararnos y recibir el nacimiento del Hijo de Dios en la Navidad. Esta advocación de la virgen María que se le aparece a san Juan Diego en el monte Tepeyac es muy antigua, data del año 1531 y aún hoy sigue teniendo mucho para decirnos. En el evangelio de hoy, Lucas 1, del 39 al 48, compartimos el pasaje de la visitación: María que va al encuentro de su prima Isabel. Creo que a la luz de Guadalupe, podemos profundizar en lo que la Palabra nos quiere iluminar.

 

En primer lugar, no tengas miedo, ahí está tu madre. Una de las frases más conocidas del mensaje de la virgen de Guadalupe, es aquella que le dice a san Juan Diego en el monte: “¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu vida y tu salud? ¿No estás en mi regazo? No te apene ni te inquiete otra cosa”. No hay cosa más linda que sentirse hijo de María y cuidado por ella. Esa es una de las mayores seguridades que nos da la fe, saber que María nos cuida. Por eso no tenemos nada que temer. Aunque se nos complique el camino, aunque no veamos claro, María siempre está ahí, atenta y esperando que acudamos a ella. Y si nosotros no vamos, ella viene. Ella es la gran misionera, ella es la que nos “primerea” en el amor, como hizo con Juan Diego, como hizo con Isabel. Justamente “Guadalupe” significa literalmente “río de amor”. Qué importante tener esta relación con María, descubrir que en el rostro materno de la Virgen descubrimos la ternura de Dios que nos ama con amor de Madre.

 

Las palabras que María le dice a Juan Diego tienen mucho para recordarnos a vos y mí. Sentirnos en el regazo de la virgen es sabernos frágiles y necesitados, pero también sostenidos y acompañados. María una vez más nos dice: “No te apene ni te inquiete otra cosa”. Este tiempo de adviento es un buen momento para sentirnos como nuestro hermano Juan Diego, el más pequeño de los hijos de María. Él no se la creyó, se encontró tan amado y protegido por la Virgen que su fe y devoción nos ha sido heredada por generaciones. Una Madre siempre cuida de sus hijos, Ella cuida de nosotros, somos sus hijitos, no nos desampara y en nuestras noches oscuras nos iluminará con la luz de Jesús.Quien tiene a Dios como su Señor, quién se sabe amado por Él, quién se sabe de tal forma acompañado por el amor materno de la Virgen, descubre que no hay nada porque inquietarse, porque no está solo. Hoy hacé como Juan Diego, poné todo en las manos de Jesús y de María, porque ellos no defraudan. Cuando tengas que tomar una decisión, pedile a María que te ilumine, cuando tengas que dar un paso, que María te ilumine, cuando no sepas para dónde ir o a quién acudir, que María te ilumine. ¿Cuántas veces nos sentimos así? Bueno, hoy es un día para confirmar que eso no es cierto. Que Dios se nos hizo tan cercano que camina con nosotros, que María está así de cerca en tu vida. ¿Vos estás dejando que la luz de María llegue a tu vida? Recordá que María es tu consuelo.

 

En segundo lugar, que tu vida sea casa de María para los demás. El encargo que la Virgen le hace a Juan Diego es que en el monte Tepeyac se construya una casa en donde ella mostrara todo su amor a sus hijos. “Tú mi embajador, tú mi mensajero”. Bueno, el gran desafío que tenemos en nuestra vida es ese, ser sagrarios vivos de Jesús y casa de María para nuestros hermanos. Ser mensajeros, poder dar testimonio, vivir la misericordia, convertirnos en oportunidad de consuelo para los que sufren y necesitan. Quedate tranquilo, quédate tranquila, vos sos un instrumento nada más, un puente que sirve de encuentro, un embajador. El gran trabajo es poder acercar. Pidamos a María en este día poder ser eso, puentes vivientes entre Jesús y nuestros hermanos.

 

Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.

 

Oleada Joven