Evangelio según San Lucas 3,10-18

viernes, 14 de diciembre de
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La gente le preguntaba: “¿Qué debemos hacer entonces?”.

 

El les respondía: “El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto”.

 

Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?”.

 

El les respondió: “No exijan más de lo estipulado”.

 

A su vez, unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Juan les respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo”.

 

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible”. Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

 

Palabra de Dios

 


P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

 

 

La fama de Juan Bautista se extiende como profeta de Dios hasta el colmo que  unos piensan que él es el Mesías. Él se despega de inmediato de ese título. Sin embargo algunos que lo reconocen como un íntegro hombre de Dios y enviado por Dios, se sienten ‘tocados” por su mensaje invitando a la conversión para el perdón de los pecados. Y así nace la pregunta honda y profunda, verdaderamente auténtica de los que lo escuchaban: ¿qué debemos hacer? 

 

De alguna manera esta es la pregunta central del evangelio de hoy que nos invita a posicionarnos también a nosotros de cara al mensaje de Jesús, a quién esperamos y ansiamos su venida. La pregunta que le hacen a Juan es la pregunta del millón. Y es la pregunta que resuena en nuestro corazón creyente: qué debemos hacer. 

 

Es una pregunta inquieta que inquieta. Es una de las grandes preguntas de las personas que viven vida bien adentro y frente a la verdad de lo que van descubriendo como original de su propia vocación, se animan a más, no se quedan con el conformismo del status quo o del pensamiento hegemónico, o con las tergiversadas novedades de los medios de comunicación o la diversión de la sociedad de consumo. Es la pregunta que se haya el creyente en serio. El que camino unido a siete mil millones de hermanos a diario los caminos de este mundo y no puede y no quiere conformarse con lo dado o dictaminado de antemano por otros, sino que quiere intensificar la búsqueda de alternativas, solidarias, colectivas y vinculantes con otros y así, escuchando el mensaje de Jesús, en la Buena Nueva del Evangelio, plantearse de veras qué debemos hacer y entonces de qué manera voy a vivir en consecuencia con ello. 

 

La respuesta que da Juan Bautista mira a los que tienen, pidiéndoles cosas sencillas y cotidianas con los que no tienen. Juan invita a compartir. Nada más. Nada menos. Hoy nosotros podemos hacernos eco de las palabras de Juan y pensando en los contextos de nuestra vida, no sólo preguntarnos qué debemos hacer, sino de veras y en consecuencia, hacerlo. ¿Y qué es esto? Salir de mí mismo, reconocer que hay otro que tiene necesidad de mí, de mi originalidad, de lo que doy y siento, y ponerlo en común. 

 

De alguna manera encontramos en la Palabra de hoy un lindo fundamento para la Cultura del Encuentro a la que nos invita a vivir Francisco. Generar encuentro es todo un desafío. Porque significa salir de mí mismo, romper con los límites de una pretendida seguridad y animarme a recibir la vida del otro. Pero no termina allí. Sólo habrá Cultura del Encuentro cuando el otro, aquel a quien yo recibo, me recibe a mí. Es en la reciprocidad que los cristianos encontramos la posibilidad de cambiar el mundo. Porque de eso se trata. Todos los consejos que da Juan Bautista no son sino sentarnos como hermanos, sin diferencias, a compartir. Hoy se trata de lo mismo. 

 

Entonces el Evangelio se vuelve recio. Porque no admite medias tintas. O de veras queremos construir Cultura del Encuentro o que cada uno se queda en la suya y en su propia zona de confort y seguridad. ¡La Palabra de hoy nos invita a empezar a cambiar el mundo! Porque esa es la invitación de Jesús: responder a la cultura mundana de la Cultura del Consumo y del Descarte, generando nosotros, en nuestra vida, en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en los grupos de referencia, verdaderos espacios para encontrarnos y compartir. Ya no se trata de largos discursos, sermones, homilías, libros, sino fundamentalmente de hacer: salir de nosotros mismos para compartir lo que somos y tenemos con los demás y que ellos también lo hagan. Y en la reciprocidad, nace el amor. Y en el amor el enriquecimiento. Cuando hay verdadero encuentro, no hay uno que da y otro que solo recibe. Ese esquema de beneficencia cayó hace rato. Cuando hay encuentro, hay enriquecimiento mutuo, porque yo doy y yo recibo. Entonces el otro pasa de ser un desconocido a ser mi hermano que me enriquece con su sola existencia. 

 

Ciertamente que el miedo nos puede jugar una mala pasada. Pero llega el tiempo en que si queremos de veras se coherentes y vivir el Evangelio de Jesús, no podemos darnos el lujo de tener miedo y sólo habrá salida a la Cultura de la Muerte desde la Cultura del Encuentro, recíproco, verdadero y solidario. 

 

¿Qué debemos hacer? Creo que la pregunta ya tiene su respuesta. Basta que la pongamos por obra.       

 

 

Oleada Joven