Evangelio según San Juan 1,1-18

jueves, 27 de diciembre de

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

El no era la luz, sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él, al declarar: “Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”.

De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

 

 

Palabra de Dios

 

 


Padre Héctor Lordi sacerdote de la orden de San Benito

 

 

La Palabra se hizo hombre y puso su carpita entre nosotros. Acampó en medio nuestro para compartir nuestra vida y nuestra historia. Dios de hace hombre, se hizo niño, y viene a traernos su amor y su misericordia. Ya estamos salvados en esperanza porque nació Cristo que es nuestra salvación.

 

Vino, y unos se abrieron a su luz, y otros se quedaron encerrados en la oscuridad de su egoísmo. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Vino, unos dudaron y otros creyeron. Vino, y unos vieron que Jesús era aquella luz de la que habían hablado los profetas, y otros no aceptaron que Dios pudiera nacer pobre y humilde en un establo en medio del olor de los animales. ¿Cómo Dios se va a rebajar tanto?

 

La Palabra que desde siempre era Dios y estaba junto a Dios, se encarnó, se hizo hombre, y está en medio nuestro acompañando la marcha de nuestro pueblo para conducirlo a la Luz resplandeciente que es la Luz de la Vida.

 

La Palabra que desde siempre existía como Dios, ahora empieza a existir en el tiempo como hombre. Y desde ese momento Dios tiene un rostro, que es Jesús. Jesús es el rostro luminoso y misericordioso del Padre, que como hombre asume todo lo nuestro, con nuestra fragilidad y debilidad, haciéndose como nosotros en todo menos en el pecado. Dios se hace pecado sin ser pecador, dirá san Pablo, para poder redimir al hombre en su pecado. Por eso Dios se hizo niño, se hizo bebé, y así tuvo hambre, frío, sed, tomó la teta de María, y ella como madre le tuvo que limpiar la cola y cambiarle los pañales sucios. Este es un gran misterio de la Palabra encarnada, tan grandioso y al mismo tiempo tan pequeño, tan fuerte y tan débil, tan poderoso y tan frágil. Dios no nos olvida. La Navidad es un misterio de amor. Un amor tan grande donde Dios sigue confiando en el hombre.

 

En Jesús, el Dios hecho niño, ya estamos redimidos. Esto produce alegría. Caminemos alegres en la esperanza, con esa certeza de que Dios en Jesús ya nos salvó.

 

 

 

 

Oleada Joven