La vida, a menudo, resulta pesada. ¡Cuánta amargura, pero cuánta dulzura también! Sí, la vida cuesta, es duro comenzar un día de trabajo; tanto el débil capullo como el hermoso lirio lo han comprobado… ¡Y si al menos se sintiese a Jesús…! ¡Por Él, todo se haría a gusto! Pero no, Él parece estar a mil leguas, estamos solas con nosotras mismas. ¡Y qué enojosa resulta la compañía cuando no está Jesús! ¿Pero qué hace, entonces, este dulce Amigo? ¿No ve nuestra angustia y el peso que nos oprime? ¿Dónde está? ¿Por qué no viene a consolarnos, puesto que no tenemos otro amigo?