Cuánto más rezamos (en el sentido de una vida surcada por la oración), más necesidad tenemos de rezar. Si nos esforzamos por llevar una vida surcada por la oración, nace el deseo creciente de permanecer más y más junto a Dios y sólo junto a Él. Es totalmente lo contrario de lo que la gente piensa habitualmente. No se trata por cierto de: “mi vida es una oración, por lo tanto no necesito rezar adicionalmente”.
Por el contrario, si rezamos crece constantemente el deseo de rezar y de permanecer junto a Dios, sólo junto a Él. Nos despierta el deseo de estar con el Señor, y sólo con Él, a quien vemos presente en las personas y en los acontecimientos.
Entonces la oración se convierte en uno de los obsequios más grandes que podemos recibir, porque deseamos profundamente estar junto a Dios y sólo junto a Él. Es como si hubieras trabajado durante todo el día con tus amigos. Pero por la noche es agradable simplemente estar junto a esas personas únicas, y sólo con ellos.
Fuente: “El lenguaje del corazón”, Henri Nouwen, Editorial Bonum