La división del tiempo, en años, meses y días, tiene algo de convencional. Hasta cierto punto nuestra vida es un continuo, sin que los momentos más significativos de nuestra existencia se ajusten, como por decreto, al ritmo del calendario. No obstante, el tiempo está ahí, marcando etapas, dividiendo lo que parece indivisible, haciéndose notar, dejando constancia de su paso, de su discurrir.
Un año nuevo puede ser enfocado de muchos modos. Puede ser “un año más”. Puede ser, también, un año “nuevo”, una posibilidad abierta, una página por escribir, una ventana abierta al futuro o a lo imprevisto.Para los cristianos, los años y los días no están en manos de un oscuro azar ni de un implacable destino. Para los cristianos, Jesucristo es el Señor del tiempo. Él ha entrado, por la Encarnación, en el tiempo y el tiempo es, desde entonces, “tiempo del Señor”. Así lo leemos en las diversas inscripciones: “Año del Señor”. El año que empieza no será una excepción. Pase lo que pase en el discurrir de sus días será un “año del Señor”, un año que no escapa, como ninguno de ellos lo hace, al cómputo de Dios.Más allá de los minutos de nuestra vida, importa la calidad de nuestra vivencia del tiempo. “El tiempo es oro”, se oye decir, pero, si hablamos con más propiedad, “el tiempo es gloria”. Es decir, si vivimos cara a Dios, que es como hay que vivir, el tiempo es ocasión de crecer en amistad con Él. Nuestros días no son meramente etapas de un calendario, sino momentos de gracia, espacios que hemos de aprovechar para apurarlos cumplidamente, sabiendo que, al final de la jornada, lo que cuenta, lo que vale de verdad, es lo que hayamos hecho de cara a Dios.Si para nosotros Jesucristo es el Señor del tiempo, nuestra mirada hacia el futuro ha de ser, necesariamente, una mirada de esperanza. La esperanza no consiste en creer, acaso ingenuamente, que todo saldrá bien. La esperanza es la confianza en Dios; es la certeza de que, suceda lo que suceda, estamos en manos de Dios.Un cristiano jamás ha de contemplar con incertidumbre el futuro. Cada año que pasa es una ocasión nueva, una posibilidad nueva. Si sabemos aprovecharlo, cada año representa un nuevo regalo; una posibilidad abierta por la gracia. ¡Qué el Señor nos conceda vivir con esta certeza, y con esta esperanza, el año que comienza!
Fuente: Guillermo Juan Morado