Invasión de Amor

jueves, 16 de febrero de
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El mundo está hecho de descontentos porque el hombre no ha dado con el manantial de su felicidad. El astro brilla en el cielo y la tierra subsiste porque se mueve: el movimiento es la vida del universo.


El hombre es plenamente feliz sólo si pone en marcha y mantiene encendido el motor de su vida: el amor.


Incluso quien se dice feliz porque ha contraído un buen matrimonio, porque ha heredado, porque vive del lujo, del deporte, de las diversiones, tarde o temprano experimenta vacíos inevitables en el alma. En cambio, el desgraciado a quien la vida parece negarle todo, si se pone a amar, posee más que el rico y goza sobre la tierra la plenitud del Reino de los Cielos.


Es una verdad, una realidad.


La humanidad languidece en busca de paz, espera, construye para llegar a gozar, pero llegado el momento, se entristece aguardando la muerte que desearía no llegase jamás.


Sólo el amor en un alma, sólo Dios en un alma puede dilatar en ella el esplendor,  sin perder el equilibrio de las partes. Un alma que ama es un pequeño sol en el mundo que transmite a Dios.


 

 

El mundo tiene necesidad de una invasión de amor y esto depende de cada uno. El hombre es el depósito de este precioso elemento: el hombre en gracia de Dios. Mueren cada día una enorme cantidad de hombres, incluso grandes, y poco queda de ellos. Pasa un santo a la vida eterna, cuando el Señor lo llama, despertando a la idéntica vida de antes, transformada, y todos hablan de él. Su memoria pasa de generación en generación y su ejemplo es seguido por muchísimos. 


 

Chiara Lubich

 

Fuente: “Meditaciones”, Chiara Lubich, Ciudad Nueva.

 

 

Oleada Joven