Te doy gracias, Señor
porque soy como los demás,
tan lleno de poder y debilidad,
tan movido por anhelos
y sepultado por miedos,
tan dispuesto a lo más divino
y a lo más rastrero.
Te doy gracias porque mi corazón
late unos días con fuego,
con pobre rescoldo otras veces,
porque miro en el espejo de dentro
y descubro cicatrices sanadas por ti,
y heridas que aún supuran.
Por los errores
que atemperan la tentación
de erigirme en juez de veredictos ajenos.
Por los aciertos, escuela de posibilidades.
Por la ternura y el amor,
que a veces doy y siempre pido,
por saberme tan de barro,
y tan de Ti…
José María Rodríguez Olaizola