En el cementerio de San Javier, de Murcia, hay un perro que lleva diez años durmiendo y viviendo sobre la tumba de su amo. El animal -si es que así puede llamársele-, días después de la muerte de su amo, añorando su presencia, se encaminó él solo al cementerio, encontró -¿quién le guiaba?- su tumba y sobre ella se sentó a esperar a la muerte. Durante muchos días no se movió de sobre su lápida, sin alejarse siquiera para buscar comida. Sólo más tarde, el viejo sepulturero se apiadó de él y sustituyó -en parte– el cariño del muerto. Pero Canelo nunca renunció a su fidelidad. Y allí sigue, recordando a un muerto cuyos parientes ya le han olvidado. El amor del perrillo es la única flor que adorna esa tumba. Hasta el verdín ha borrado ya casi el nombre del muerto. En la memoria de Canelo no se ha borrado nada.
Esta historia -historia, no fábula- impresiona en un mundo en el que la fidelidad ya «no se lleva». Ahora -dicen- ya no hay amores permanentes. Se teme a los compromisos definitivos. Los que se casan -algunos o muchos, no sé- lo hacen con condiciones.- «Si las cosas van bien … » Se presume, incluso, de haber cambiado.
No hace mucho escuché en una emisión de radio a un ilustrísimo sociólogo que aseguraba – muy dogmáticamente que «el que a los cincuenta años no ha cambiado en todas sus ideas, es que es un idiota». Y gentes como yo, que hemos cambiado la «forma» o la «intensidad» de las propias ideas, pero seguimos dispuestos a dar la sangre por las mismas de nuestra juventud, no sabíamos si echamos a llorar por nosotros mismos o por el pobre-ilustrísirno sociólogo.
La vida de los hombres es difícil, lo sé. Son muchos los humanos que fracasan en sus caminos, en sus amores, en sus esperanzas. Entonces hay veces en que es inevitable el cambiar de camino. Lo grave es cuando se empieza a caminar dudando de la sen- da que se emprende; cuando se inicia la marcha reservándose trozos de corazón «por si acaso»; cuando no se cree ni siquiera en lo que se cree.
Un hombre que fracasa sólo es un hombre que fracasa. El que empieza su vida entronizando la infidelidad como principio no fracasa jamás, porque no tiene ni alma con la que fracasar. Los que aman con un «ya veremos» se morirán sin saber lo que es el amor. Porque un amor puede ser débil, o cobarde, o mediocre, pero lo que no puede ser es provisional. Un «amor provisional» es algo tan contradictorio como un circulo cuadrado. Porque si es amor, no es provisional. Y si es provisional, no es amor.
Por eso me emociona ese cariño de Canelo, un amor verdaderamente más fuerte que la muerte. Los periódicos han dicho que es un «chucho sin raza, sin clase». Pero yo creo que tiene más raza y más clase que la mayoría de los humanos que yo he conocido.
Recuerdo ahora aquello que Rilke escribía cuando, al visitar España, contaba asombrado que nuestro país es el único en que había visto perros en las iglesias. Y comentaba: «Si los hombres arrasen a Dios como los perros adoran a los hombres, Dios sería un amo bien servido.»
Martín Descalzo
Razones para el amor