La Palabra se hizo carne, para hablar en gestos y profetizar amores.
Se hizo frágil, para romper certidumbres y derribar fortalezas.
Se hizo niño para crecer aprendiendo y enseñar viviendo.
Se hizo voz, en el llanto de un crío y en las promesas de un hombre.
Se hizo brote que en el suelo seco apuntaba hacia la Vida.
Se hizo amigo para anular soledades y trenzar afectos.
Se hizo de los nuestros para enseñarnos
a ser de Dios.
Se hizo mortal, y atravesando el tiempo nos volvió eternos.
José Mª Rodríguez Olaizola, sj