El reino: un nuevo orden de las cosas

jueves, 6 de marzo de
image_pdfimage_print

El reino de Dios que Jesús anuncia no es, en primer lugar, un nuevo tipo de reino, plantado en medio de los reinos de los hombres y diferenciado de ellos por una especie de gueto. No es «un lugar» en el que reina Dios o sus representantes en una especie de nueva teocracia. No es algo simplemente jurídico, externo, sostenido por unas leyes humanas que «obliguen» a creer. Es mucho más.

 

Se trata de un cambio en el hombre, en todo el hombre. Y no sólo en el «modo» de vivir de los hombres, sino de un cambio en el «ser» del hombre, unas nuevas raíces, una nueva orientación de todo su ser. una nueva historia, una nueva realidad y no una simple nueva apariencia o un nuevo «sentido» solamente. Jesús, cuando hable de este reino a Nicodemo, no vacilará en asegurar que hay que regresar al seno de la madre, que hay que «nacer» de nuevo. (…) Jesús no viene a «mejorar» al hombre, viene a «crear» un hombre nuevo, a «regenerar» al hombre y producir un nuevo «tipo» de hombre y de mundo, un hombre regido por distintos valores, un mundo apoyado sobre columnas distintas de las que hoy le sostienen.

 

Por eso puede asegurarse que el reino de Dios es el verdadero, el único «cambio» que se ha anunciado en la historia. Y puede asegurarse —la frase es de Pikaza— que allí donde la historia de los hombres continúa como estaba, no ha llegado de verdad el Reino.

 

En este sentido Jesús predica algo subversivo, revolucionario: porque viene a destruir todo un orden de valores y anuncia un orden nuevo. Nunca jamás se predicó revolución como ésta.

 

¿Y qué abarcaría esta revolución? Ya lo hemos dicho: todo. Abarca el interior y el exterior, lo espiritual y lo mundano, el individuo y la comunidad, este mundo y el otro.

 

En el hondón del alma y más allá

 

Es, en primer lugar, un reino interior y exterior. Durante muchos siglos en la Iglesia se ha hablado casi exclusivamente del «cambio» en el alma. Jesús habría venido a cambiar el corazón de los individuos y bastaría con que cada hombre descubriera el valor infinito de su alma para que el reino comenzara a existir. Hoy, por esa ley del péndulo que rige el pensamiento humano, son muchos los que se van al otro extremo y caricaturizan y devalúan el cambio interior. Piensan que eso es puro individualismo, simple sentimentalismo. Y aseguran que en el reino de Dios no se entra por la intensificación de nuestra experiencia espiritual o por el esfuerzo de elevación interior hacia lo divino. Pero repitámoslo una vez más— ¿por qué separar lo que Dios ha unido? Al reino de Dios no se entra sólo por los caminos de la vida interior, es cierto. Pero ¿cómo negar que también —e incluso primordialmente— se entra por ellos, para, desde ahí, cambiar al hombre entero, cuerpo, vida social y alma?

 

Digámoslo sin rodeos: El cambio que Jesús anuncia y pide ha de cambiar al hombre entero. Supone una modificación sustancial de los modos de pensar y de hacer en dirección de Dios. Lo que se pide es una verdadera revolución interior que, luego, se plasme en toda la vida concreta de cada hombre. No es un simple nuevo calorcillo interior, no es algo puramente sentimental; tampoco son algunos actos externos diferentes. Es un dirigir el alma en otra dirección. Y por eso toda conversión implica ruptura con lo que se es, guerra con nuestro propio pasado. No simple ascesis, sino una nueva disponibilidad para las exigencias de Jesús. Literalmente un nuevo nacimiento, como dirá Jesús a Nicodemo.

 

José Luis Martín Descazo

en “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret. Tomo 2: El mensaje”

Capítulo 1: El reino anunciado a los pobres 

 

Milagros Rodón