La Semilla es aquello que nos da la planta para alcanzar un nuevo fruto. Y el fruto debe ser abundante si se quiere hacer pan.
En ella se encierra la esperanza del pan que aún no es, y sin embargo no deja de ser vivido como pan de esperanza que alimenta lo que se hace hasta conseguirlo.
Esto es lo que ocurre con la esperanza que nos da Dios. La vemos salir como fruto en nuestra propia vida si estamos atentos a su cosecha, a lo que Él fue obrando y consiguiendo, más allá de cómo hayan sido los tiempos de nuestro vivir: en calma, tomenta, seguía…
A toda vida le es dada esta Semilla. Todos la tenemos a la mano. Siempre hay una Semilla de esperanza que pide ser arriesgada, que pide volver a ser puesta en juego hasta el fondo, con la certeza de que tarde o temprano, será origen de nuevas esperanzas.
Por eso la siembra, no puede ser sino en peseranza. Y sembrar en esperanza es poner pequeños gestos, cuyo fruto será siempre mayor del que pensamos.
De ahí que el tentador, cuando llega el momento, busque aumentar los vientos (miedos y sentimientos de impotencia), con tal de volar la semilla de nuestras manos, para que no sembremos, no esperemos, y hambreemos. Con lo cual, no sólo roba nuestra esperanza, sino que nos hace desagradecidos.
La Eucaristía es Pan de Acción de Gracias a Dios. Pero este Pan comienza en la Semilla, en el primer reconocimiento agradecido de la cosecha que él hace.
Reconocer desde el comienzo este pan de esperanza puesto en nuestras manos, es sembrar en ellas la esperanza del Pan, que en la Mesa les es dado.
Fuente: Eucaristía: encuentro y servicio. Meditación y Novena
Autor: P. Javier Albisu sj- P. Angel Rossi sj