En el ejercicio de hoy, nos adentramos en las horas previas a la pasión de Jesús. Él ha decidido celebrar la pascua con sus discípulos. Ya está todo organizado para la comida. Allí, se quitará el manto, tomará una toalla y lavará los pies de sus amigos. También lo va a hacer con vos.
Jesús camino a la pasión
En éstos días estamos tras el más de Jesús y su propuesta en los ejercicios de San Ignacio. Estamos en un largo camino para descubrir el misterio de Dios en nuestra vida, descubrir nuestra grandeza y la condición pecadora que sigue acompañada por la misericordia de Dios que nos invita a seguirlo casi ingenuamente. Lo hemos visto desde su nacimiento, buscando amarlo y servirlo.
Y ahora llegamos al punto culminante, el del comienzo. La Iglesia nace de la Pascua de Jesús y ahí encuentra su consistencia. Por eso Ignacio pone este misterio pascual para descubrir esa consumación, el más en todo lo que Dios va mostrando. Aquí Jesús entrega todo. Nos acercamos a la pasión buscando contagiarnos de ese amor hasta el extremo. Misterios que Ignacio nos invita a contemplar, meternos en la escena, ver lo que hacen, escuchar lo que dicen. Vamos a dejarnos inundar el corazón con el dolor y la oscuridad de este misterio, y dejar que ahí podamos ver el amor de Dios.
En nuestras vidas tenemos momentos de pasión, y no podemos estar solos porque Dios está siempre con nosotros y Él asume todas nuestras debilidades. Jesús en la pasión viene a asimilar y cargar sobre sus hombros todos los límites de los seres humanos, los que no nos dejan vivir los nuestros, lo plenamente humano que es de Dios, la plenitud que pasa por encontrarse con Él. La cruz es el momento del encuentro, el cruce entre nuestra pobreza y Dios. En ese cruce es el único lugar donde se pueden conjurar los males y los dolores. Por eso este misterio de la pasión nos invita a rezarlo desde muchas maneras y lugares diferentes.
Ignacio nos hace meter en el ambiente de la pasión, meternos en ese clima de “viernes santo” y ayudarnos con nuestros sentimientos, afectos y lo que nos rodea. Poder acercarnos al misterio que Dios dirá dónde nos toca el corazón esta vez. Como nos cuesta, año a año volvemos a vivirlo. Agradecer, pedir perdón, dejarnos tocar el corazón. Dejarnos llevar por lo que está sucediendo que mucho más que explicaciónes necesita que pongamos el corazón ahí. Vamos a pedir la gracia de poder serntir este dolor y quebrando con el, con Cristo dolorido y quebrantado, un dolor de amor, cercanía y compasión. El padece con nosotros, no tiene lástima sino que se acerca a nuestra realidad por amor. Cuanto más viene se quiere hacer y más amor se quiere mostrar, mayor cruz vendrá.
La última cena
Hoy nos proponemos acercanos por donde nos conducen los evangelios. Jesús llegada la pascua ve el momento de dar los signos, en pocas palabras, de aquello a lo cual viene, todo lo que el Padre y Él nos han querido transmitir, y esa es la última cena. En la eucaristía celebramos ese momento en que Jesús pone en claro a qué vino. Y a la vez es una comida, una celebración como anticipada del gozo de la resurrección, como un sentarse a la mesa de Dios.
Este amor de Jesús se muestra en los pequeños gestos, pero en este especial gesto de ternura de lavar los pies. Era un oficio de los esclavos. Calmar la hinchazón de los pies después de largas caminatas, ungir en aceite, lavarlos para estar descansados. Así nos quiere Jesús, que caminemos descansados y ligeros, purificados de todo aquello que es impedimento para el andar. Jesús viene a a aliviar nuestros pies de la vida y lo viene a hacer en el momento peor. Nos dice que lo que va a sufrir lo hace desde la ternura del Padre, más allá de que tiene miles de motivos para reprochar a todos.
Estos momentos de oración que nos proponemos hoy, tiene que ver con dejarnos atender por Jesús en su peor momento. Es como si un enfermo grave, en su momento más crítico, se levantara y nos sirviera. Él esta fuerte físicamente, pero su debilidad es interna. Él sabe a lo que se enfrenta: calumnias, mentiras, soledad, desconcierto… Es propable que nadie crea en Él, que se vaya del mundo sin placas y sin ropas. Incluso su buen nombre va a quedar en duda. “¿No será cierto lo que dicen los que saben?” se preguntarás muchos. “Es un apóstata, se lleva mal con la autoridad, no es políticamente correcto, su ortodoxia es dudosa….” dirán otros.
El lavatorio de los pies
Llegó la hora. Algo que en San Juan 13 se muestra con claridad y Jesús lo dice una y otra vez “es la hora”. Dirá despues de anunciar la traición de Judas que “es la hora de las tinieblas” y esa misma hora será de la gloria. Jesús viene a darnos otra forma.
El lavado de pies y la eucaristía es un signo y un primer paso. Dejate alimentar, lavar los pies y acondicionar. Que sea con ternura, con cariño despojado, liberado de sentimentalismos… es el puro amor de Dios que probablemente como a Pedro nos produzca lo mismo “¿pero cómo, vos me vas a lavar los pies?”. “Si no te lavo no tienes nada que ver conmigo”. No le dice, “dejame hacerlo esta vez”, “te va a hacer bien”, Él pone su ternura en un lugar inédito: “si no te dejás lavar, si no me dejas llegar con mi ternura, no tenés lealtad, amor, ni nada”. Todo lo que Pedro quiere con su fuerza, Jesús lo da con ternura. La lealtad surge de este profundo amor, del Dios que apuesta en mí más allá de todo, el Dios que atraviesa todas mis situaciones. Jesús va a atravesar Jerusalén a través del odio de todos para llegar a mí.
Dejate lavar y si te sentís lo peor, dejate lavar más todavía. Judas no va a poder sentarse a la mesa. Su traición no permitió el perdón, no le dio lugar a la misericordia de Dios. Judas está preocupado por las lentejas y no por la eucaristía, como si no se ubiera enterado que Jesús está por otra cosa. Eso es lo que nos debe interesar del episodio.
Sentarme en la mesa de Jesús, dejarnos lavar los pies y si tenemos traiciones como Judas, tomar conciencia de que estamos sentados: él nos invita a esa condición aunque sepamos que no nos da el cuero. Yo también lo voy a traicionar, seguramente estaré entre los que lo escupan, lo nieguen, lo empujen… pero hoy me invita a estar en la mesa. Sentate con Jesús, dejate lavar los pies, volvé a recordar los gestos de ternura que te ayudaron, que te levantaron, los pasos de Dios que hicieron que algo distinto surgiera o que todo lo bueno siquiera.
La eucaristía
Recordá los momentos en que te sentaste con el Señor, con algunos hermanos, que pudiste comulgar con otros, construir proyectos juntos. Quizás algunos momentos de oración y encuentro con Dios donde este compartir, esta eucaristía también fue importante.
La eucaristía nos tiene que llegar donde nuestra impotencia nos mata. Tanto dolor en el mundo, tanta miseria, ¿qué podemos hacer? Jesús no hizo nada en la pasión, simplemente estar, poner el rostro frente a la falsedad. Lo podrán matar y no harán más que ensalzarlo humillándolo; podrán destruir su imagen y no harán más que elevar un ícono nuevo. Levantamos la cruz porque nos sentimos orgullosos de un Dios impotente.
Poné tus impotencias, tus dolores, tus fracasos… Jesús hace la levadura con ese nuevo pan que nos invita a compartir. No tenemos más que poner nuestra propia levadura, la mejor, la que hemos puesto en la multiplicación de los panes, y también la levadura de lo que hicimos más o menos, de lo que no pudimos ni llegamos. Esa levadura también va a la eucaristía, a ese pan sin levadura que compartimos en la misa. Cristo se hará pan dentro tuyo y será alimento para otros.
No temamos detenernos en imágenes, palabras, frases que nos ayuden a metenernos y dejarnos llevar, dejarnos sanar en este dolor y quebranto, en este Dios medio debil que se nos muestra en la pasión…. ¿por qué tanta quietud y silencio frente a tanto mal? Se ve que Dios no obra conforme a nuestra lógica, sino con ternura.
Padre Fernando Cervera sj