Ejercicios: No hay nada más importante que amar a Dios

domingo, 6 de noviembre de
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El fin de semana pasado, durante un retiro en el que conocí la maravillosa gracia de los Ejercicios Espirituales, seducida por la propuesta de buscar a Dios en todas las cosas, asumí, como una manera concreta de comenzar, el propósito de leer cada día la lectura del Evangelio correspondiente, con más las lecturas complementarias. Quizás es algo que otros usual y naturalmente hagan, pero en cuanto a mí, siempre me quedaba con las ganas. De manera que, en un acto de madurez de mi personalidad siempre tibia, el domingo pasado comencé, y sostuve el cumplimiento hasta hoy.

 

Debo decir que fue más que una simple lectura, en realidad fue oración, oré con las lecturas, las lecturas me daban las pautas (o los puntos, en le “jerga” de los ejecicios ignacianos) para meditar y rezar. Ahora comprendo dos cosas que ya sabía:que la Palabra de Dios es Palabra viva, que no baja del Cielo sin hacer efecto en el corazón de quien la recibe, y que la oración es dialogar con Dios. El Señor interpela con su Palabra, lo hace en forma personal, mueve el corazón de hombre (las mociones de las que habla San Ignacio), lo que genera una respuesta.

 

Si se logra mantener esa dinámica, uno descubre que es el diálogo más hermoso que se pueda tener. Eso fue lo que experimenté: sorpresivamente, no quería evantarme, quería seguir ahí, dialogando con el Señor, haciendo silencio yo, que tantas veces lo interpelé, para que ahora lo hiciera Él conmigo.

 

Lo escuché con atención, aprendiendo y queriendo aprender más. Me vi soltando el control de la oración y dejándome llevar por Él, como la oveja perdida que vuelve al rebaño sobre los hombros del Pastor. Por fin sentí confianza, seguridad y mucha misericordia.

 

Pienso ahora, remontándome a los tiempos de Cristo, en todas aquellas personas que se agolpaban en multitud para escuchar sus enseñanzas, para verlo aunque fuera pasar o tocar el borde de su túnica. Salvando las distancia, siento que algo así me pasó esta semana. ¡Una semana! Pienso en todo lo que recibí y no me queda más que maravillarme por lo que vendrá, porque es insondable, inmensa e infinita la Sabiduría del Señor. Y también rogarle, porque grande es el trabajo que tendrá que hacer en mi corazón para transformarlo, aunque tenga que romperlo de duro que está, para moldearlo otra vez.

 

Que María Santísima sea mi guía y mi protección en este camino que me dcido a transitar para seguir a Jesús.

 

Amanda Melgarejo