Intermediarios

domingo, 18 de mayo de
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Qué sería de nosotros sin los intermediarios: no somos del todo conscientes del papel que juegan en nuestras vidas. Porque antes, es un suponer, si organizabas un cumpleaños, tenías que ir tú mismo de acá para allá comprando que si los globos, que si la tarta, que si las velas, que si el confite; en cambio ahora acudes a un intermediario y él se encarga de todo, hasta de ponerte un acróbata del Circo del Sol que entra dando un salto por la ventana del salón llenando de alborozo a tus criaturas. Hay intermediarios especializados para cada evento, neologismo éste de reciente creación pero que ha nacido de pie, con su factura bajo el brazo.


Recuerden al paralítico al que descolgaron por el tejado: estaba el hombre tan descoyuntado que si no hubiera sido por los cuatro intermediarios que cargaron con su camilla, nunca hubiera llegado a situarse junto a Jesús. Piensen en las bodas de Caná: a Jesús, de naturaleza servicial, quizá le hubiera gustado ir pasando él mismo con la jarra de vino de mesa en mesa, como hacen los novios repartiendo puritos al final del banquete. Pero no: respeta a los intermediaros que estaban contratados y al maitre que se encargaba de los vinos. Y a Bartimeo podía haberle llamado él mismo, que voz no le faltaba, pero encarga a otros que le digan de su parte: “¡Animo, levántate, que te llama…!”


Por eso no es de extrañar que en la mañana del Primer día de la semana, eligiera a María Magdalena como intermediaria: “Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios” (Jn 20,17-18). ¿Qué trabajo le hubiera costado presentarse él y decírselo sin acudir a persona interpuesta? Ninguno, pero así fueron las cosas, a pesar del previsible fracaso de la intermediaria porque los discípulos, “a pesar de oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron” (Mc 16,10). 


Qué buena ocasión la Pascua para poner nombre a los intermediarios que, sabiéndolo o no, han hecho posible que llegara hasta nosotros la buena noticia de Jesús y de su Evangelio. Qué buena cosa poder ser intermediarios para otros, sabiendo que nada provoca hoy tanto asombro como ver personas con aire de tener una cita más lejos y encajando tanto desaliento sin perder ni los ánimos ni la ternura.


Qué alegría también la existencia de tanta buena gente que no se deja vencer por los inviernos, que sigue empeñada en adelantarse al amanecer y en arrimar el hombro a tantas causas justas, sin que la alcance ni corrompa ningún sobre con dinero negro. Lo mismo que tantos otros que dentro de la Iglesia no saben de estrategias ni de intrigas y siguen bregando de noche en el mar a pesar del cansancio.

Están de suerte: el Resucitado, desde la orilla, les hace de intermediario y les dice dónde tienen que echar las redes para llenarlas de peces.

 

Dolores Aleixandre

 

Oleada Joven