Una fe más honda que las dudas

jueves, 3 de julio de
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“Dice el Evangelio de San Juan, que Tomás estaba ausente. Y en el va a representarse la resistencia a la luz. Todos los apóstoles se habían mostrado reticentes. Tomás ira mucho mas allá, hasta la cerrazón. No le ha convencido la tumba vacía  no le han impresionado las meditaciones sobre las Escrituras que le han narrado los dos de Emaus, no se rinde ante el testimonio concorde de todos sus hermanos; Él quiere ver. Se encierra en su incredulidad. Y cuando todos le aseguran que ellos han visto, quiere ir mas allá, no solo tocar, sino sondear la identidad del crucificado metiendo sus dedos, sus manos en las mismas llagas.
 
Jesús va a prestarse, con admirable condescendencia, a todas las absurdas exigencias del discípulo, pero dejara pasar ocho días como para dar un plazo a esa incredulidad.
 
¿Es que Tomás no amaba a su Maestro? Si, evidentemente. Pero era testarudo, positivista, obstinado. No solo quería pruebas, sino que las exigía a la medida de su capricho.
 
Jesús se somete a ellas con una mezcla de ironía y realismo. Esta vez los apóstoles se han reunido para rezar en común. Tomás se siente incomodo en medio de la fe de todos, pero el paso de los días parece haber robustecido su incredulidad. Mas no por ello piensa en separarse de sus hermanos. Hay una fe, mas honda que sus dudas, que sigue uniéndole a ellos. Esta fue su salvación: seguir con los suyos a pesar de la oscuridad Como comenta Evely:
 
“Tomas es un autentico hombre moderno, un existencialista que no cree mas que en lo que toca, un hombre que vive sin ilusiones, un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en el bien. Para él lo peor es siempre lo mas seguro…”
 
Y Jesús ahora se aparece solo para él. Están todos, pero el Maestro se dirige directamente a Tomas. “Ven, Tomás, trae tu dedo y mételo en las llagas de mis manos, trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 19, 27). Ahora queda completamente desconcertado. En realidad nunca había podido imaginarse que su deseo pudiera ser escuchado. Su desafío no había sido mas que un pedir imposibles, un modo de encerrarse en su duda.
 
Eso creía él, al menos. Porque cuando vio a Jesús, cuando oyó su voz dulce, tierna, Tomás se dio cuenta de que, allá en el fondo, siempre había creído en la resurrección, que la deseaba con todo corazón, que si se negaba a ella, era por miedo a ser engañado en algo que deseaba tanto, que se había estado muriendo de deseo y de miedo de creer al mismo tiempo.
 
Los dos de Emaús creían que creían. Tomas creía que no creía. Jesús les trajo a los tres a la sencillez alegre de creer sin sueños y sin miedos. En el fondo Tomás se dio cuenta de que si se negaba a creer era por la rabia de no haber estado allí cuando Jesús vino ¿Los demás iban a verle y el tendría que creer solo por la palabra de los otros?. Con su negativa estaba provocando a Jesús a aparecerse de nuevo. También él necesitaba mimos, cariño, ternura. No era, en el fondo otra cosa, que un niño enrabietado.
 
Por eso temblaba cuando Jesús le mandó tocar. No quería hacerlo. Sentía ahora una infinita vergüenza de sus palabras de ocho días antes. Si tocó, no lo hizo ya por necesidad de pruebas, sino como una penitencia por su cerrazón. Deslumbrado y aplastado, cayó de rodillas y dijo:¡ Señor mío y Dios mío!
 
Así la humillación le llevaba a una de las más bellas oraciones de todo el evangelio. Ahora iba en su fe hasta donde nunca había llegado ningún apóstol. Nadie le había dicho antes a Jesús Dios mío. Tiene razón Evely al subrayar:
 
“De aquel pobre Tomas Jesús ha sacado el acto de fe mas hermoso que conocemos. Jesús lo ha amado tanto, lo ha curado con tanto esmero, que de esta falta, de esta amargura, de esta humillación ha hecho un recuerdo maravilloso. Dios sabe perdonar asi los pecados. Dios es el único que sabe hacer de nuestras faltas, unas faltas benditas, unas faltas que no nos recordaran más que la maravillosa ternura que se ha revelado con ocasión de las mismas…”
 
José Luis Martín Descalzo
en Vida y Misterio de Jesús de Nazaret