El encuentro de Jesús resucitado con Pedro

martes, 21 de abril de
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Ningún evangelista nos ha descrito este encuentro con Pedro. Le hemos encontrado ya en el sepulcro, contemplando vendas y lienzos.

Y tenemos que imaginárnosle regresando conmovido, sin acabar de entender. El alma de este pobre pescador ha sido rudamente trabajada en estos días, traída y llevada desde el entusiasmo a la traición, desde la traición a la vergüenza, desde la vergüenza a la fe.

La noche del viernes tuvo que ser ya para él una noche inacabable. Todos los más extraños sentimientos se cruzaban en él, que vivía todos estos hechos con una presión muy superior a la de sus compañeros.

Era, por un lado, una sensación de infinita vergüenza personal: había traicionado a su Maestro de la manera más ruin; por no tener, no había tenido ni el coraje de regresar a la cruz para estar allí junto a María y Juan. Conocía el desenlace de la muerte y entierro de Jesús porque alguien se lo había contado. Pero dentro de su corazón no se resignaba a terminar de creerlo.

En aquel largo sábado rememoró tantas horas vividas con Jesús: en su cabeza resonaban los anuncios que el Maestro hiciera de su traición. La simple idea le había parecido un insulto y ahora veía cómo había bajado los escalones de la cobardía, uno a uno, hasta el fondo.

Pero en medio de su vergüenza resonaban también aquellas palabras que ahora paladeaba como su única esperanza: Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos (Le 22, 32). ¿Convertirse? ¿De qué? ¿A qué? ¿Muerto Jesús, qué conversión cabía? ¿Y quién era él para confirmar a nadie? Le despreciarían. Y con razón. Pero aunque aquellas palabras seguían pareciéndole absurdas, se aferraba a ellas como su única esperanza. Tal vez movido por ella corrió al sepulcro en la mañana del domingo junto a Juan.


Mas ni el descubrimiento de la tumba vacía bastó para robustecer la fe de Pedro. Necesitó ver para creer. Y Jesús quiso empezar sus apariciones por quien —después de Judas— más había descendido en su traición. Y hasta podemos pensar que —de no haberse desesperado— Judas habría sido el primero en conocer estos encuentros.

 

No sabemos cómo se produjo este reencuentro entre Pedro y Jesús. Sí conocemos sus efectos: Pedro recupera su aplomo y seguridad primeros. Asume su papel de jefe. Convoca a sus hermanos. Reorganiza la comunidad primera. Recorre la ciudad —si fue en Jerusalén—, o la comarca —si fue en Galilea— reuniendo a sus compañeros, contándoles lo que ha visto.


Y este testimonio es decisivo para sus compañeros. No les ha convencido lo que han dicho las mujeres, no dan excesiva importancia al testimonio de los de Emaús. Pero es decisivo para ellos lo que Pedro les cuenta. Reunidos en torno a él, se sienten renacer. Todos conocen la traición de su jefe, pero esto no hace tambalearse su jefatura. Nadie la pone en duda, nadie la discute, nadie echa en cara a Pedro su fallo. Y esta misma adhesión de los suyos infunde valor a Pedro que se siente feliz de poder testimoniar en favor de su Maestro, de cumplir las órdenes recibidas de él, de «confirmar» a sus hermanos, volviendo a encender la llama en sus corazones.

 


José Luis Martín Desalzo

Vida y Misterio de Jesúsde Nazareth III

Pag 398 – 401

 

Milagros Rodón