¿Qué significa que “Cristo está realmente presente en la Eucaristía”?

miércoles, 19 de agosto de
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Hace unas semanas, a raíz de un artículo publicado en este portal, un comentarista decía: “Cristo está físicamente presente en la Eucaristía”. Este artículo se escribe con el propósito de aclarar este error teológico grave, al tiempo que se profundiza sobre este tema tan delicado e importante.

La presencia de Dios en la Creación

Siguiendo a Santo Tomás de Aquino hablamos que Dios está en las cosas creadas de tres modos diferentes: Por su acción (en cuanto que Dios es quien crea y conserva todas las cosas); por presencia (en cuanto que todo está presente a la vista de Dios); y por esencia (en cuanto que se halla según su esencia en las cosas creadas que le están presentes). Pero cuando hablamos de la presencia de Cristo en la Eucaristía no nos referimos a estos modos de presencia.

Decimos también que Dios está presente en las Sagradas Escrituras, pues Él es el autor principal de las mismas; razón por la cual hablamos de la “inerrancia” de las Sagradas Escrituras. Pero cuando hablamos de la presencia de Cristo en la Eucaristía no nos referimos a este modo de presencia.

Decimos también que Cristo está presente en los Sacramentos; en cuanto que todos los sacramentos contienen y dan la gracia de Dios. Pero cuando hablamos de la presencia de Cristo en la Eucaristía no nos referimos a este modo de presencia.

Sólo cuando hablamos de la Eucaristía es cuando decimos que Cristo está realmente presente en ese sacramento. Los demás sacramentos nos dan la gracia de Cristo, pero sólo en la Eucaristía está realmente presente el Autor de la gracia.

La presencia de Cristo en la Eucaristía

El concilio de Trento aclara y define en la sesión XIII, cánones 1-3 para que no haya duda o confusión lo siguiente:

  • 1. Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende. Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema.
  • 2. Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama transustanciación, sea anatema.
  • 3. Si alguno negare que en el venerable sacramento de la Eucaristía se contiene Cristo entero bajo cada una de las especies y bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies hecha la separación, sea anatema.

Así pues, según nos dice infaliblemente el Concilio de Trento:

  • Cristo está real, verdadera y sustancialmente presente en la Eucaristía.
  • En la Eucaristía están el cuerpo y la sangre juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo.
  • Que hay una conversión de toda la sustancia de pan y de vino permaneciendo sólo las especies de pan y vino.
  • Que Cristo está todo entero en todas y cada una de las partes de las sagradas especies eucarísticas.

Ahora bien, hablar de una presencia real no quiere decir que sea una presencia física[1]. En la actualidad, Cristo sólo está físicamente presente en el cielo. En la Eucaristía, Cristo está realmente presente pero según un modo sacramental. Se dice “de un modo sacramental” en cuanto que no es “evidente” para nuestros sentidos; o dicho de otro modo, nuestros sentidos no captan a Cristo. Nuestros sentidos, como nos dice Santo Tomás de Aquino en el himno “Adoro te devote”, sólo captan pan y vino; pero oculto bajo estas especies se encuentra realmente Cristo en toda su humanidad y divinidad.

“Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén”.

(Himno “Adoro te devote” – Santo Tomás de Aquino)

Por el hecho de que la presencia de Cristo es real y no física decimos que Cristo se encuentra presente en los Sagrarios de todo el mundo; ahora bien, lo que se multiplican son “las presencias” no los “cristos”. Si Cristo estuviera físicamente presente en la hostia consagrada, en cada hostia tendríamos “un cristo” y como consecuencia habría muchos cristos, lo cual es erróneo. Por el hecho de que la presencia de Cristo es la Eucaristía es real y sustancial (pero no física), lo que se multiplican son “las presencias”. Por eso decimos que Cristo está presente todo entero en todas y cada una de las partes de las sagradas especies eucarísticas”.

 Haciendo un símil bastante burdo, si de la foto de Pepito hacemos cien copias, lo que multiplicamos son las fotos de Pepito, pero Pepito seguirá habiendo sólo uno: el Pepito físico. Decimos que es un ejemplo burdo en cuanto que cada foto de Pepito, no es Pepito, sino su foto o representación; en cambio en la Eucaristía, cada hostia consagrada es real y sustancialmente Cristo.

¿Qué es la transustanciación eucarística?

Es el cambio que se produce en la sustancia de pan y de vino; de tal modo que se convierten en el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo.

Por la transustanciación, Cristo se hace realmente presente en la Eucaristía mediante las palabras pronunciadas durante la celebración del Santo Sacrificio de la Misa por un sacerdote válidamente ordenado y con intención de hacer lo que hace la Iglesia.

En ese momento, cuando el sacerdote pronuncia: “Tomad y comed… porque esto es mi cuerpo…” y “Tomad y bebed… porque este es el cáliz de mi sangre…”, lo que eran pan y vino se transforman en el cuerpo y la sangre del Señor. Permanecen las especies  de pan y vino, pero cambia la sustancia. Ha ocurrido una auténtica transustanciación. Tanto bajo la especie de pan como bajo la especie de vino se encuentra sustancialmente Cristo con toda su humanidad y divinidad.

“La Iglesia católica ha afirmado siempre la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo en las especies de pan y vino, las cuales, como signo sacramental, contienen y designan la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo”.[2]

Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha afirmado que el cambio que se produce en el pan y en el vino es una auténtica transustanciación, de tal modo que de ellas sólo quedan las apariencias o especies; pudiendo afirmar con toda propiedad que lo que aparece como pan y vino es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo.[3]

“La transustanciación va implicada ciertamente en la afirmación “Esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre”, pero va implicada como medio intrínseco que la posibilita, la garantiza y la aclara. La conversión de la realidad del pan y del vino en la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo, de modo que de los primeros no quede realidad alguna, sino las solas apariencias, es condición indispensable para poder afirmar que lo que aparece como pan y vino es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo”.[4]

Cuando el concilio de Trento habla de cambio sustancial, no está “cristianizando” la filosofía aristotélica que hablaba de la sustancia y de los accidentes; sino que usa estos términos según el uso común que tienen en el conocimiento humano. De hecho, Trento nunca utiliza el término “accidentes” sino “especies”.

Según esto, cuando la fe nos dice que cambia la sustancia del pan y del vino en la del cuerpo y sangre de Cristo, se dice que del pan y del vino no queda sino la sola apariencia. El pan y el vino consagrados ya no tienen su identidad real o sustancia; no subsisten ya en sí mismos, a pesar de que físicamente nada haya cambiado. Después de la consagración no existe otra realidad fundamental o subsistencia que la del cuerpo de Cristo.

Todas las cosas, en virtud de la creación, poseen su propio ser, su propia subsistencia, y es Dios quien se las da. Ahora bien, el Verbo creador, en virtud del cual las cosas tienen su propia subsistencia, convierte la realidad natural del pan y el vino a mero signo o apariencia de una nueva realidad: el cuerpo y la sangre de Cristo. El pan y el vino pierden su propio ser, su identidad real como criaturas, y por las palabras del sacerdote (Cristo) se transforman en esta nueva realidad. Del pan y del vino no queda más que la figura exterior o física, como signo y mediación de la nueva realidad creada y natural: el cuerpo y la sangre de Cristo.[5]

Cristo está presente en la Eucaristía mientras permanecen las apariencias de pan y de vino

Las “apariencias” de pan y de vino son el “signo sacramental” que corrobora la presencia real de Cristo en la hostia y el vino consagrados. Dicho de otro modo, mientras que permanezcan esas apariencias sacramentales ahí está Cristo presente. Ello justifica la reserva eucarística en el Sagrario, la purificación de los vasos sagrados que se hayan utilizado durante la Misa y el cuidado que los fieles han de tener una vez que han recibido la Sagrada Comunión.

Por el hecho de que la presencia de Cristo está realmente asociada a las apariencias de pan y de vino, una vez que desaparecen estas apariencias también desaparece la presencia de Cristo. Este es el caso que ocurre cuando recibimos a Cristo en la Comunión. Él permanece dentro de nosotros mientras que perduran las apariencias de pan y vino. Del mismo modo decimos que en cualquier partícula de la hostia consagrada o gota del vino consagrado se halla Cristo realmente presente. Esa es la razón por la cual los vasos sagrados que se han usado en la Santa Misa se han de “purificar” al final de la celebración, con el fin de que el sacerdote consuma cualquier partícula o gota que hubiera podido quedar en la patena o en el cáliz.

Cristo se hace presente en la Eucaristía por las palabras del sacerdote

Cristo se hace realmente presente en la Eucaristía a través las palabras pronunciadas durante la celebración del Santo Sacrificio de la Misa por un sacerdote válidamente ordenado y con intención de hacer lo que hace la Iglesia.

Es por ello que si un sacerdote no está válidamente ordenado, cambia las palabras de la consagración, usa otras materias para realizar el sacramento que no son pan y vino, o no lo hace con la intención propia que tiene la Iglesia al realizar este sacramento, no consagra el pan y el vino; o dicho de otro modo más sencillo, allí no está Cristo realmente presente.

Quien hace realmente presente a Cristo en las especies eucarísticas es el sacerdote, y no la fe de quienes reciben el sacramento en la Comunión. Es decir, una persona que recibiera sin fe la Comunión estaría recibiendo a Cristo; ahora bien, estaría cometiendo un sacrilegio al no estar debidamente preparado.

La pérdida de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía

Desde hace poco más de cincuenta años, y como consecuencia de la pérdida bastante generalizada  de la fe de muchos católicos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, se ha ido extendiendo como enfermedad contagiosa la posibilidad de recibir a Jesús Sacramentado estando en pecado mortal. Y lo peor de esto es que se está fomentando este sacrilegio desde el mismo estamento clerical e incluso por parte de la jerarquía.

No podemos olvidar las palabras que nos dice San Pablo: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11: 27-29).

Es al mismo tiempo curioso que esta disminución de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía vaya acompañada con una exaltación un tanto teatral de la presencia de Dios en las Sagradas Escrituras. Estamos acostumbrados a ver en algunas celebraciones eucarísticas donde está presente el obispo que un lector vaya en procesión con los brazos en altos portando las Sagradas Escrituras; pero desgraciadamente también estamos acostumbrados a ver el indigno e irrespetuoso trato que se da a la Eucaristía en esas mismas ceremonias. Es también curioso que se lleven los Evangelios con los brazos en alto, y al mismo tiempo se cambien las palabras que el mismo Cristo pronunció. ¿Estaremos reduciendo nuestra fe a puro teatro?

Es más, en algunas ocasiones se intenta poner en el mismo nivel, por no decir que se presta más respeto, a las Sagradas Escrituras que a la Eucaristía. Es frecuente ver en algunas iglesias católicas modernas  colocar las Escrituras en un lugar importante del presbiterio (al estilo protestante), mientras que la Eucaristía es relegada a un rincón oscuro y apartado del mismo templo.

En fin, son tiempos de crisis en los que parece que el mundo se ha vuelto del revés.

………

Nota final: He reducido este artículo todo lo que he podido, obviando muchos temas secundarios de los que se podrían haber hablado. Por otro lado, algunas de las afirmaciones que se hacen, y que presuponen cierta formación filosófica y teológica, puede que no sean suficientemente claras para el público en general.

Padre Lucas Prados

 

 
 

[1] Sayés, J. A. La presencia real de Cristo en la Eucaristía, BAC 1976, p. 221: “La presencia de Cristo en la Eucaristía es real y sacramental: real, porque es la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo la que se hace presente; sacramental, porque no se hace presente de modo físico, sino mediante una presentación no natural, es decir, mediante las especies sensibles de pan y vino”.

[2] Sayés, J. A. La presencia real de Cristo en la Eucaristía, BAC 1976, p. 230.

[3] Concilio de Trento, sesión XIII, cap. IV (Dz 1642).

[4] Sayés, J. A. La presencia real de Cristo en la Eucaristía, BAC 1976, p. 237.

[5] Es curioso ver los malabares que este autor – J.A. Sayés – hace para evitar el uso de los términos “malditos“ de sustancia y especies; aunque para ello tenga que utilizar términos más difícilmente comprensibles como “realidad subsistente” o “figura exterior”. Alabo, por otro lado, la simplicidad y claridad del Concilio de Trento.

 

Lucas Sese