Una Iglesia Paráclito

viernes, 22 de mayo de
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La Iglesia hoy, más que nunca, necesita ser partícipes del ministerio de animar y consolar, algo que nos ha regalado el Señor en el Espíritu. Necesita actualizar ese gesto samaritano con el hombre al costado del camino, que asaltado en su fe, en su vida, y su futuro, vive la angustia, el dolor, y la incertidumbre de la lucha cotidiana.Necesita refrescar ese rostro de cercanía, y abrir sus brazos para consolar, cuidar y animar y hacerles experimentar no un consuelo humano, sino el consuelo que viene de Dios. Como nos describe el Profeta Isaías, Dios es el gran consolador de su Pueblo: “¡Soy yo, soy yo el que los consuelo!” (Is 51,12), “Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré a ustedes, y ustedes serán consolados en Jerusalén”. (Is 66,13).


Cuantas veces escuchamos: “¡¡Animo!!”, “ya vas a ver que todo irá bien”, “no le aflojes”, etc., consuelos estériles que repetimos continuamente y no vemos cambio alguno. En este Pentecostés el Espíritu nos llama a transmitir el verdadero consuelo que solo viene de las Palabras del Señor, que al igual que con los discípulos de Emaús, los re-anima y consuela recordando sus palabras. En un clima de oración, y sobre todo de fe en la presencia del Espíritu, es posible lograr estos verdaderos consuelos de Dios en nuestra vida, en el abatido, en el enfermo, y en todo hombre al costado del camino.


¡El Espíritu Santo nos necesita para ser Paráclitos, consoladores de este mundo! Él quiere seguir abogando, intercediendo, auxiliando, enseñando y consolando, pero solo es posible esto cuando todos nosotros, los cristianos, nos abrimos a la acción de Él en nuestra vida, y en nuestra Iglesia. ¡El Espíritu Santo necesita una Iglesia Paráclito! Abrir nuestras ventanas, nuestras puertas y nuestro corazón para que el “haga de nuevo todas las cosas”, que nos consuele, nos auxilie pero para salir a consolar y auxiliar con la misma fuerza de los primeros cristianos. San Pablo nos decía: “Anímense, entonces, y consuélense mutuamente, como ya lo están haciendo”.


En esta Solemnidad de Pentecostés, pidamos por intercesión de nuestra Madre, la Virgen María, esta gracia, Ella nos recuerda los consuelos de nuestras madres, y nos revela el rostro materno de Dios. La piedad la reconoce y la recuerda con este título: “Consuelo de los Afligidos” y bajo la advocación de “Nuestra Señora de la Consolación”. María, no solo “es la llena de gracia” sino que es “Paráclito” para nosotros, y nos exhorta a ser lo mismo por nuestros hermanos. Que bajo su protección nos ayude a caminar por este camino de luz y de consuelo.



“Oh Divino Maestro,
que no busque yo tanto.
Ser consolado como consolar.
Ser comprendido como comprender.
Ser amado como amar”.

(San Francisco de Asís)



Extracto de un artículo de Cristian Gamarra

 

Oleada Joven