Tengo rabia y Él me dice que debo perdonar.
Tengo miedo y Él me dice que debo arriesgarme.
Tengo dudas y Él me dice que debo creer.
Estoy angustiado y Él me dice que me tranquilice.
Siento pereza y Él me dice que debo continuar.
Tengo mis proyectos y Él me dice que acepte los suyos.
Tengo propiedades y Él me dice que sea mendigo.
Tengo seguridad y Él me dice que nada promete.
Quiero vivir y Él me dice que debo dar la vida.
Quiero ser bueno y Él me dice que no es suficiente.
Quiero mandar y Él me dice que debo obedecer.
Quiero liderar y Él me dice que debo servir.
Quiero entender y Él me dice que debo asimilar.
Quiero claridad y Él me habla por medio de las parábolas.
Quiero símbolos y Él va directamente al asunto.
Quiero tranquilidad y Él dice que vino a traer inquietud.
Quiero violencia y Él dice que sólo sabe dar paz.
Tomo la espada y Él me dice que debo guardarla.
Me preparo para objetar y Él me dice que debo ofrecer la otra mejilla.
Quiero la paz y Él me dice que vino a traer la espada.
Trato de enfriar las cosas y Él me dice que vino a poner fuego en la tierra.
Quiero ser el más grande y Él me dice que debo ser el más pequeño.
Quiero permanecer anónimo y Él me dice que mi luz debe permanecer encendida.
Quiero aparecer y Él me dice que debo rezar en secreto.
No entiendo sus caminos. Jesús de Nazaret me confunde.
Me gustaría como tantos de sus discípulos, buscar a otro maestro, que hable con más claridad y exija menos… Pero, como Pedro, no conozco a nadie que tenga palabras de vida eterna.
Y permanezco con Él.