¿Es posible aborrecer el mal, el egoísmo, la corrupción, sin aborrecer también a los que cometen esos actos?
Si Nuestro Padre nos perdona cada día y nos ama aún más ¿Cómo no amar nosotros a todos nuestros hermanos? ¡Qué desafío! ¿Te animás a asumirlo?
“El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1;Lc 6,37).
De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer.”
Evangelii Gaudium (III. El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento)
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