ROJO Y NEGRO, DE STENDHAL (FRAGMENTO)

miércoles, 24 de diciembre de
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Comparto un hermoso fragmento de la monumental obra maestra de Stendhal, Rojo y Negro, que nos habla sobre el amor y la sociedad…


“Fundándose en la idea errónea que de la buena sociedad tenía formada, como consecuencia de las lecciones del difunto médico mayor, Julián, desde el momento que se encontraba a solas con una mujer, y ésta callaba, considerábase humillado, como si del silencio tuviese la culpa. Su imaginación, llena de ideas exageradas sobre lo que un hombre debe decir a una mujer, no le ofrecía en su turbación, cuando acompañaba a la señora de Rênal, más que ideas inadmisibles. Volaba su alma por las nubes, pero le era imposible salir de su humillante silencio. De ello resultaba que sufría las angustias más crueles durante sus interminables paseos con la señora de Rênal, decía las tonterías más ridículas, y para colmo de males, él mismo exageraba hasta lo infinito lo absurdo de sus frases. Lo que no advertía el cuitado era que sus ojos hablaban, que eran ventanas a las que se asomaba un alma ardiente, que, semejantes a los grandes actores, sabían dar cierto perfume encantador a cosas o palabras que no tenían encanto. Otra de las observaciones hechas por la señora de Rênal fue que el
preceptor de sus hijos, cuando se encontraba con ella a solas, jamás conseguía hilvanar una frase bien dicha, como no fuese en momentos de distracción motivada por un incidente imprevisto cualquiera.
Desde la caída de Napoleón, han sido severamente desterradas de las costumbres de provincia hasta las apariencias de galantería. La señora de Rênal, rica heredera de una tía devota, casada a los dieciséis años, no había experimentado, ni visto en su vida, nada que tuviese apariencias de amor. A nadie en el mundo habló de amor más que al virtuoso cura Chélan, con quien consultó a propósito de la persecución de que Valenod la había hecho objeto, y el buen cura le trazó una imagen tan repugnante del amor, que esta palabra era en ella sinónimo de libertinaje del género más abyecto. Para ella, el amor, tal como lo había visto retratado en las contadas novelas que la casualidad puso en sus manos, constituía una excepción, era algo sobrenatural.
Merced a esta ignorancia, la señora de Rênal, cuya imaginación llenaba por completo la imagen del joven preceptor de sus hijos, vivía tranquila y feliz, sin advertir en su afición nada reprobable, nada pecaminoso.”

 

Elías Brandán