Por momentos asaltan los recuerdos. Aquellas pequeñas cosas de las que no podemos desprendernos voluntariamente y que se apoderan de nuestra mente. Tercas permanecen, fugases huyen. Los recuerdos bien podrían llamarse “aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas”. Y así llegan… momentos de una niñez tan diferente a la de hoy. Soy de la generación en que las zapatillas para ir a la escuela eran Flecha y que mi mamá las mantenía siempre blancas poniéndolas al sol, tiempos en que las grandes marcas no habían acaparado el mercado o si estaban nosotros no nos enterábamos; tiempos en que los pantalones se llamaban vaqueros y que nunca tuve uno, porque la ropa la hacía la modista y nos poníamos lo que heredábamos de los primos o lo que mamá compraba; tiempos en que no existían telas como modal, lycra y polar; los tejidos se hacían en casa y a las medias les poníamos ligas de elástico para que no se cayeran. Eran tiempos donde las nenas jugaban a la muñeca con sus amigas y los juegos eran saltar a la cuerda, el elástico, la payanca, la rayuela, la mancha, conversar en la vereda con amigos, andar en bicicleta y en patines con total libertad. Tiempos en que en carnaval nos divertíamos jugando con baldes y las playas eran: Los Sauces, Puente Alvear, Yuquerí Chico y Camba Paso. Épocas en que no todos teníamos televisor y los que sí, mirábamos programas como “La Burbuja de piolín”. Tiempos en que los domingos eran encuentro de familia, día para visitar a los abuelos en el campo, jugar con los primos y pasar el día en el río. Tiempos en que una salida especial era ir al matiné del cine o circunstancialmente, al circo o al a parque de diversiones. Hoy, tiempo de tanta tecnología, todo eso quedó atrás, conseguimos las cosas con sólo un “click”: tenemos información en segundos; podemos hablar con un amigo en la otra punta del mundo; si queremos preparar una rica comida necesitamos sólo unos minutos; podemos trasladarnos a miles de kilómetros en cuestión de horas y en pocos días nos llega a casa alguno de los infinitos productos que podemos comprar por Internet. Me da la sensación de que esta aceleración de nuestra sociedad se nos contagia rápidamente y sin poder evitarlo. No creo que haya que renunciar a estos avances, pero tampoco podemos dejarnos llevar resignando que la vida se nos vaya de las manos. El desafío sería buscar maneras de encontrar esa serenidad en medio de nuestras frenéticas vidas, frenar nuestra cotidianidad para poder sumirnos en un ritmo tranquilo. Ojala seamos capaces de captar los detalles del paisaje de nuestra vida para descubrir en todo la huella del Señor. Y que aunque vivamos en este mundo en el que todo se mueve tan rápido podamos cerrar los ojos y saber que Él nos lleva de su mano.