Perdona a tu hermano

miércoles, 17 de septiembre de
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Hace algunos años tuve una amiga que pasaba un tiempo difícil en su relación de pareja. Su marido tenía una relación furtiva con otra persona y mi amiga me confió su situación. En ese entonces, yo, inspirada más bien por un ideal, le aconseje que lo perdonara. Todavía recuerdo cómo es que en aquella época, inconsolable, corrían sus lágrimas una tras otra, y yo, ante tal panorama permanecía con la idea fija de que se hiciera, a mi parecer, lo que se tenía que hacer ante tal agravio. Entendía con la razón las circunstancias de mi amiga y el motivo de su llanto pero mi comprensión del perdón era muy superflua. En fin, no sé cómo lo hizo pero mi amiga logró perdonar y actualmente vive feliz en su matrimonio. Ahora que vuelvo atrás con la memoria, realmente ¡no entiendo cómo fue mi amiga capaz de perdonar!, es decir, ante la súplica de mi amiga que me pedía consejo, yo, como espectador externo, ofrecí la única solución que, en base a lo que había aprendido, creía que era lo correcto: perdonar. Como decía, entendía su situación pero no la comprendía con el corazón porque hasta ese momento yo nunca había sido traicionada por un ser querido. Ahora que la vida me ha presentado distintos escenarios a mí también y que he adquirido mayor experiencia, quizá, a decir verdad, no hubiera aconsejado lo mismo. Ahora, que quizá veo ese suceso con ojos más meramente humanos, aquel consejo me asombra a mí misma.

 

Las primeras soluciones ante las dificultades en las relaciones sociales o afectivas, a pesar de que tienen solución, son las de, “déjalo”, “ya no le hables” o “sepárate”, en pocas palabras, date la vuelta y vete. Claro, lo común es que tomemos la salida más fácil porque, !oh sorpresa, perdonar cuesta!. Y, nadie entiende, como yo antaño, lo que es el perdón sino hasta que lo vive.

 

Quise resaltar la palabra solución en el párrafo anterior. En el caso de mi amiga fue él quien sacó a la luz su propio error –él mismo se acusó- y además, sintió la necesidad de pedir perdón porque estaba arrepentido. En casos similares, si hay esperanza se puede construir todo de nuevo. La esperanza será capaz  de mirar hacia delante y levantar de nuevo lo que se había derrumbado. En otros casos, hay quien nunca perdonaría un caso de infidelidad. Solo tomen en cuenta que, el “volver” pudiera ser optativo, perdonar en cambio, no lo dejen como una opción. No quiero redundar más en el ejemplo porque caería en un tema de moral muy amplio y no deseo eso. Sólo quise introducir al tema con esta membranza para ilustrar pero el objetivo principal es comprender el perdón desde la esfera espiritual. Otro tema aparte es cuando la pareja ultraja de manera perversa y criminal tu propia dignidad.

 

Volviendo al perdón, perdonar es un concepto fácil: olvidar el agravio, eximir de la culpa a quien nos ha ofendido, etc. Sin embargo, es difícil de describir porque mucho más difícil es conseguirlo.

 

No hay una receta para perdonar. Yo diría que hasta para poder perdonar hay que pedir ayuda al cielo. Perdonar es, en parte, una gracia que Dios da, y, en el mismo curso,  esa gracia otorgada que se recibe. Se requiere mucha humildad para reconocer que necesitamos perdonar porque nos ensoberbece saber que nos han injuriado injustamente cuando nosotros no fuimos los causantes de nada. Y quisiéramos que se cobrase justicia, que el mal fuera reparado a toda costa, ése es el sentir humano. Pero entonces, para perdonar se necesita el auxilio divino y también ser un poco más divinos. Perdonar es renunciar al derecho de que se me haga justicia o de cobrarme al estilo del “ojo por ojo, diente por diente”. Perdonar es desaferrarme a mis propios deseos por un bien común.

 

Luego, necesito humildad que me haga reconocer que la debilidad en el otro es la mía misma, o sea, que el que yo lo perdone a él tiene el mismo peso que el que tiene, que los demás me perdonen a mí por el daño que también he causado. Perdonar requiere un olvidarme de mí mismo y de mi “sana justicia” -es decir, de lo que quisiera justamente- para solicitar la gracia de perdonar, aquí es la misericordia antes que la justicia. Y Dios que es misericordia la otorga por esta misma cualidad suya.

 

Y por último, se requiere amar para poder aceptar y acoger la ayuda celestial. ¿Ven lo difícil? Solo quien ama es capaz de perdonar. Dios perdona porque nos ama. Si tratásemos de amar más puramente más fácilmente sería perdonar. Y luego, después del perdón, el corazón parece más grande, más libre y más feliz. Sí grande porque ahora es más libre de amar a sus anchas, a pesar de todo y a todos. Sí libre, porque se ha ahorrado años de amargura, de guardar rencor y resentimiento. Y sí, feliz, porque no hay ningún obstáculo que le impida serlo.

 

Somos humanos y perdonar no es fácil, es dificilísimo, a veces tarda años en venir el perdón. Pero no desistan en ser perfectos, Dios socorre y nos ayuda a perdonar. Perdonar es un bien compartido. Tanto gana el que perdona como el que es perdonado. Bueno, quien perdona gana más, porque un extra de perdonar es que, a la par, uno aprende a amar. 

 

Kristi Reyes