Aunque es de noche

lunes, 10 de noviembre de
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Poned sobre mi tumba mi nombre.

Y mi apellido: sacerdote.

Y nada más.

Porque jamás he sido

ni querido ser

otra cosa.

 

Cuidad de que mis manos queden libres

o atadas por la cinta

de mi ordenación.

Y nada más.

Procurad que mis ojos permanezcan

bien abiertos,

asombrados

aún de tanto amor

como me dieron en un lejano día

de San José.

 

Y decidle a la gente

que perdone,

si tantas, tantas veces me ahorré

yo, que era para ser repartido

como el pan que brotaba

de mis manos.

 

Explicadles que hubiera

deseado ser transparente para todos

yo, que sabía bien en dónde estaba

la fresca fuente fría de la que mana Dios.


 

Atrapado por El en la lejana

jaula de mis veintidós años

¡cuántas veces quise ser otras cosas

y me descubrí siendo

tan sólo un expropiado

por utilidad pública, como un cisne encerrado

en su pequeño lago!

 

¡Y cómo me crecían las espigas

entre las manos! ¡Y cómo me guiaban

sin saber quién ni a dónde!

Y yo, que apenas era un niño, tenía

tantas almas colgadas de mis manos

que ni un gigante hubiera

podido levantarlas. Y llevaba

carbones encendidos en la boca

y no eran mías mis palabras,

ni mío mi corazón.

 

Pero aquellas palabras alquiladas

y mi prestado corazón caían rebotando

de alma en alma e iluminaban

sin que yo tuviera

aquella luz que a los demás cedía.

 

La fuente fría de Dios transcurría

dentro de mí, mientras yo estaba seco

y mis labios apenas conocían

la frescura de Dios que regalaban.

 

 

¡Ah, cómo me envolvía el misterio!

¡Qué pequeño y enorme el fruto de mis manos!

¡Qué oscura noche ceñía mis costados

mientras yo daba luz salida no sé de dónde!

 

Ahora ya sé bien que nada hice

que fuera mío. Que donde yo ponía

pan o vino, o mi cansancio y mis palabras,

Alguien lo convertía en carne y sangre,

cual si también yo mismo estuviera

consagrado.

 

Y que yo no sabría jamás

quién bendecía cuando yo bendecía

y que mi voz también amanecía en otros

aunque era noche en mí.

 

¡Oh, noche que guiaste

cada día mis pasos y que ahora

me sigues sosteniendo en el cansancio,

noche que multiplicas mi diminuto amor,

noche que alumbras mi paso vacilante hacia el final!

 

Déjame bendecirte con mis manos atadas

que te suplican:

Sigue, sigue,río de Dios, lamiendo

mis resecas orillas;

sigue tú sosteniendo estos tartamudeos

que nada dicen sino lo que tú dices

a través de mis labios asombrados;

sigue, pan, floreciendo entre mis dedos

hasta que un día duerman, por fin, mis huesos

mientras tú sigues

hablando a mis hermanos

a través de mi última, definitiva, noche.

 

 

                                                                   Fragmento de Testamento del pájaro solitario

                                                                                         José Luis Martín Desalzo 

 

 

 

Milagros Rodón