San Felipe Neri, que es uno de los santos más divertidos del calendario cristiano, tenía en abundancia una de las virtudes menos frecuentes: toneladas de sentido común. Y por eso le gustaba ironizar sobre todas esas virtudes de cartón piedra de los que no pisan tierra. Y muy concretamente de las de los que yo llamaría los santurrones insoportables.
Se cuenta en su vida que un día acudió a consultarle una dama romana que soñaba ser una auténtica mártir: «Padre -le decía- yo quisiera sufrir tanto como Jesús. Incluso más que Jesús para consolarle en su pasión.» Felipe Neri trató de explicar a la señora que incluso en los deseos de santidad uno debería ser sensato y moderado. Y, como no quedó muy seguro de haberla convencido, encargó a un grupo de chiquillos de su Oratorio que mortificasen a la señora en cuestión. Que no la hicieran nada grave, pero que la persiguieran con sus ironías, que le hicieran pequeñas bromas, que se burlaran un poco de ella.
Y no pasaron muchos días cuando San Felipe Neri se encontró a la señora persiguiendo a palos a los pequeños bromistas. Porque se trataba de una señora muy santa en sus sueños, pero muy poco paciente y comprensiva en la realidad.
Me temo que en la vida real existen muchos de estos «santos» de pacotilla. Están dispuestos a entregarle todo a Dios, pero no soportan a sus vecinos. Serían capaces de subir a la cruz, pero no entienden que los que les rodean sean diferentes a ellos.
A mí me parece que la bondad y la santidad tienen que empezar por casa. Y no creo que pueda ser un buen cristiano -y ni siquiera una buena persona- el que no empieza por hacer bien lo que tiene que hacer. Y así es cómo me hacen sonreír esos muchachos que quieren cambiar el mundo, pero luego no estudian. 0 esas buenas señoras que se pasan la vida comentando lo violento que es el mundo, pero luego no saben difundir alegría. Y no entiendo a esos padres rectísimos en la educación de sus hijos y que luego mienten a todas horas o saben el arte de esquivar el trabajo. O los que sueñan grandes martirios y no aceptan el martirio de soportar las chocheces de su abuelo.
La primera de las virtudes es saber convivir. Un hombre bueno o un santo son como el fuego: se definen por la luz o el calor que difunden. un buen fuego es aquello a lo que la gente se acerca en invierno, algo junto a lo que se está bien. La bondad no es una cosa sentimental que calienta mi propio corazoncito, sino el calor que yo irradio hacia los que me rodean. Y si la gente no se siente bien a mi lado es que mi corazón está seco o muerto. Y de poco sirve que dentro yo alimente sueños fervorosísimos.
José Luis Martín Descalzo