Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. Él habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!». Porque Jesús le había dicho: «¡Sal de este hombre, espíritu impuro!».
Después le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Él respondió: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.
Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: «Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos». Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara –unos dos mil animales– se precipitó al mar y se ahogó.
La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.
Palabra del Señor
P. Héctor Lordi Monje Benedictino
Es sorprendente el episodio que hoy nos cuenta Marcos, con este endemoniado. Hay muchos detalles que simbolizan el poder del mal: como un enfermo poseído por el demonio y que habita entre tumbas. Los chanchos eran los animales inmundos por excelencia para los judíos.
Seguramente el relato quiere resaltar que Jesús es el dominador del poder del mal. Jesús como misionero, deja su tierra y va al extranjero. En su primer encuentro con paganos Jesús libera a este hombre de sus males. Es curioso el final de los espíritus inmundos que entran en los chanchos y tirándose de lo alto del acantilado terminan ahogándose. Y los campesinos que ven a Jesús como un profeta que hace cosas extrañas le piden que se vaya de su tierra. O sea que lo echan. Parece increíble, echan al mismo Hijo de Dios. Echar a Jesús es echar al salvador, a aquel que viene a liberarnos y a traernos la salvación de Dios. Hay quienes quieren a Jesús y quienes no lo quieren. Cada uno va haciendo su opción. Optar por Cristo es optar por la luz y la vida. Rechazar a Cristo es optar por la oscuridad y la muerte.
La Iglesia ha sido encargada de continuar este poder liberador de Jesús. Tiene que seguir la lucha contra todo mal. Para eso anuncia el Evangelio y celebra los sacramentos, que nos comunican la vida de Cristo. A veces esto lo tiene que hacer en terreno extraño. Y ahí van con valentía los misioneros dirigiéndose a los neopaganos del mundo de hoy. También van hacia los marginados, a los que Jesús no tenía ningún reparo en acercarse, para transmitirles la salvación de Dios. Después del encuentro con Jesús, el que fue endemoniado quedó sano, «sentado, vestido y en su juicio». Jesús le dio la sanación.
Todos necesitamos ser liberados de los malos espíritus que pueden ser: orgullo, sensualidad, ambición, envidia, egoísmo, violencia, intolerancia, avaricia, miedo. Cada uno se conoce a sí mismo. Y si tenemos algo de esto tenemos que acudir con confianza a Jesús. El quiere liberarnos de todo mal que nos aflige. Por supuesto, si lo dejamos. ¿De veras queremos ser salvados? ¿Decimos con sinceridad la petición: «líbranos del mal»? ¿O tal vez preferimos que Jesús pase de largo en nuestra vida? Dios nos hizo libres, tenemos libertad. ¿Nos resistimos o nos dejamos liberar de nuestros demonios?
Jesús viene a liberarnos del mal, acerquémonos con confianza, es nuestro amigo y confidente. Que Dios nos bendiga y nos libre del mal espíritu como es la soberbia, la violencia y el egoísmo.