Evangelio según San Marcos 6,1-6

martes, 30 de enero de
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Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”.

 

Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente. 

 

 

Palabra del Señor

 

 

 


P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito del Monasterio de los Toldos

 

El Evangelio de Marcos nos presenta cómo reaccionan ante Jesús las distintas personas. En este evangelio vemos la reacción de sus paisanos que lo conocen por ser del mismo pueblo. Como se suele decir: en pueblo chico nos conocemos todos. Y también dice un dicho popular bastante jocoso: pueblo chico infierno grande.

Jesús no tiene demasiado éxito entre sus familiares y vecinos de Nazaret. Nadie es profeta en su tierra y en su familia, y esto le pasó a Jesús y nos pasa a todos nosotros. Sí, admiran sus palabras y no dejan de hablar de sus curaciones milagrosas. Pero no logran dar el salto. Se cuestionan: si es el carpintero, «el hijo de María» conocemos a su mamá, y a sus parientes, ¿cómo se puede explicar lo que hace y lo que dice? «Y desconfiaban de él». No llegaron a dar el paso a la fe: «Jesús se extrañó de su falta de fe», así termina el texto de hoy. Tal vez si hubiera aparecido como un Mesías más guerrero y político muchos lo hubieran aceptado. Que es lo que esperaban.

Se cumple una vez más lo que dice el prólogo del evangelio de san Juan que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron», o como lo expresa Jesús: «nadie es profeta en su tierra». Nosotros podemos preguntarnos: ¿Puede hacer «milagros» porque en verdad creemos en él, o se puede extrañar de nuestra falta de fe y así no hacer ningún milagro?

La excesiva familiaridad es enemiga del amor. Nos impiden reconocer la voz de Dios en los pequeños signos cotidianos de su presencia: en los acontecimientos, en la naturaleza, en los ejemplos de las personas que viven con nosotros, a veces muy sencillas, pero muy ricas ante Dios.

Tal vez podemos defendernos de tales testimonios como los vecinos de Nazaret que dijeron ¿pero no es éste el carpintero?», y seguir tranquilamente nuestro camino. ¿Cómo podía hablar Dios a los de Nazaret por medio de un obrero humilde, sin cultura, a quien además conocen desde hace años? ¿Cómo puede el «hijo de María» ser el Mesías?

Muchas veces el mensaje de Jesús resulta incómodo, o no entra dentro de nuestro esquema. Reconocerlo como el enviado de Dios, es aceptar también lo que está predicando sobre el Reino. Reconocerlo como el enviado de Dios nos lleva al compromiso. Muchos prefieren grandes milagros y apariciones: mientras que Dios nos habla a través de las cosas de cada día y de las personas más humildes. Que bajemos el copete y nos coloquemos entre los de bajo perfil o sea entre los humildes para reconocer a Jesús en medio de nosotros. Qué Dios nos regale un corazón humilde y a todos nos bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

 

Oleada Joven