Los silencios de la vida

martes, 16 de diciembre de
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En un silencio elocuente, en medio de la noche, Dios se hizo hombre. Sus padres abrieron un camino y con su sí generoso nos trajeros la presencia del Dios vivo. María y José nos abrieron un camino en quien venía a ser el Camino.


A la Navidad se entra por este camino que nos muestra la Palabra hoy, por la obediencia. Esta palabra proviene de escuchar y la aceptación de lo que nos dice. La obediencia es fruto de la escucha interior y por eso al territorio de la Navidad se llega en la noche de los silencios donde todo se acalla y donde lo que antes nos hablaba ya nada habla. Los grandes silencios son los preludios de grandes palabras.


Por lo tanto en algunos silencios y noches de nuestras vidas tenemos que disponernos interiormnte para recibir las palabras con las que Dios viene en nuestro encuentro. A Dios solo se lo recibe después de largos silencios, de la sensación de vacío donde pareciera que nada nos dice nada. Suele pasarnos y lo identificamos con el cansancio, con el agotamiento, con una cierta tristeza y pensamos que somos nosotros mismos la ocasión de haber generado este espacio y es posible que así lo sea.


Hay una dimensión, la de los silencios que nos habitan por dentro, donde las cosas ya no nos dicen lo que antes nos decían, y es porque posiblemente las cosas de todos los días nos estén por decir algo diferente desde un Dios que nos quiere despertar del sueño a su presencia. Es la Palabra de Dios hecha carne la que viene a nuestro encuentro; su elocuencia está manifestada en un niño que llora, jadea, mama y no dice nada, y a la vez todo está dicho segun los testimonios de los magos “porque nos ha nacido un rey”. Dios nos quiere visitar y despertarnos de un vacío silencio donde hay que darle tiempo, y lo nuevo por el camino de la sencillez y la simpleza nos invita a esperar obedientemente, es decir con una profunda actitud de escucha.


Extraído de la catequesis del  P. Javier Soteras, del día 16/12/2014


 

Oleada Joven