Jesús dijo a sus discípulos: «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.»
Palabra de Dios
P. Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca
En el evangelio de hoy, Mateo 5, del 17 al 19, retomamos estos pasajes tan lindos del sermón de la montaña. Vemos al Señor que viene a enseñar y que se muestra como el verdadero maestro que no está para quitar la ley, para abolirla, sino para llevarla a su verdadero cumplimiento. Y esto el Señor lo demuestra mediante palabras y mediante acciones. Entonces, podemos quedarnos con algunos puntos, llevar esto a nuestra vida y meditar un poco.
A veces uno descubre en la vida de los demás o en la propia vida que quiere cumplir por cumplir, ¿no? Como que estamos atados a la ley, a las reglas a una norma, hacemos lo que hace la mayoría, pero por cumplimento nada más, no porque le busquemos un sentido verdadero, un sentido profundo a lo que hacemos. Pero acá el Señor habla de dar cumplimiento en otro sentido. Él se refiere a la plenitud, a llevar todo a su plenitud. Por eso es lindo hacer el ejercicio y preguntarnos en este tiempo de cuaresma: “bueno, yo ¿estoy camino a mi plenitud?” Claro, porque a veces podemos quedarnos en la vida como a medio camino, entre una cosa y la otra, estando como a medio hacer. Por eso, en este tiempo podríamos pedirle al Señor vivir en plenitud, vivir sin medias tintas, sabiendo que es Él quien le da sentido a nuestro existir y a nuestro andar. Por eso, si hoy no te estás sintiendo pleno, si no te estás sintiendo contento con tu caminar, no te preocupes, más vale ocúpate. El punto de partida es encontrar, reconocer, descubrir el amor de Dios en tu vida, ese sueño que el Padre para vos, porque Jesús vino para que tengas vida y vida en abundancia. Amigate con la idea de que el Señor te quiere pleno y feliz, y no vacío y errante.
El Señor habla de enseñar. Lo que la multitud amaba y admiraba de Jesús es que él era diferente a los demás profetas, a los demás maestros de su tiempo. Vemos que obraba con poder y hablaba con autoridad. Eso es lo que llamaba la atención, lo que atrae. Jesús es coherente y tiente una forma de decir las cosas clara y concisa pero, sobre todo, con se movía con caridad. Creo que es una de las actitudes que podemos trabajar día a día, nuestra conducta y nuestro modo de decir las cosas. Porque bueno, a veces nos falta caridad. Uno puede tener conocimiento de muchas cosas, es más, puede tener una inteligencia elevadísima y ser sumamente capaz, pero si no encuentra la manera de bajar eso para que lo entiendan los que necesitan saberlo, todo queda en la nada y queda sin fruto. Quizás esto hoy sirva para que nos miremos el corazón y nuestro modo de actuar y decir. ¿Cómo estás diciendo las cosas? ¿Hablamos de una manera clara, entendible, o vamos por atrás, somos rebuscados, duros, complicamos todo? Entonces, cuando tengas que enseñar o corregir al que tenés al lado, acordate que la verdad siempre viene de la mano de la paciencia y de la caridad.
Otro aspecto de la coherencia viene con el decir y el hacer. “Que tu sí, sea sí y que tu no, sea no”, como dice san Pablo. Jesús era coherente porque no borraba con el codo lo que escribía con la mano. La coherencia en nuestra vida nos hace creíbles para lo más importante: mostrar a Dios a los demás. Acordate de esa frase de san Francisco: predicá el Evangelio en todo momento y, si es necesario, usa las palabras.
Por eso, si con la ayuda del Señor, logramos trabajar nuestra forma de decir y nuestro obrar, la gracia nos va a ir transformando y vamos a vivir en la plenitud que solamente él nos puede dar, porque la vida del reino ya puede empezar desde acá.
Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.