Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temás recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien vos pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados». Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús.
Palabra del Señor
P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito del Monasterio de los Toldos
José se entera que su esposa María estaba embarazada y que ese hijo no era suyo. Porque era ni más ni menos que el Hijo de Dios. El nunca dudó de la honradez de María. Además sabía que, aunque no lo entendía del todo, estaba sucediendo en ella algo misterioso. Y es lo que le hace sentir dudas: ¿es bueno que él siga al lado de María? ¿o está interfiriendo? Si esto es algo entre Dios y María, José pensaba que estaba de más. Tenía miedo de interferir en ese misterio porque era un hombre demasiado respetuoso. El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu Santo. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: tenía que poner al hijo el nombre de Jesús (que significa Dios-salva).
Y esta era la misión propia del padre. Y es lo que se le pide a José. Ser el padre de Jesús, no el padre biológico, sino el padre de corazón. Así acepta esa paternidad tan especial. Colabora a la venida del Dios-con-nosotros. Y deja el protagonismo a Dios: el Mesías viene de Dios. Es concebido por obra del Espíritu Santo.
¿Acogemos así nosotros, en nuestras vidas, los planes de Dios? Dios nos acepta a nosotros como somos. Nos acepta con nuestra debilidad y pecado. Ahora nosotros tenemos que aceptar a Dios y abrirnos a su amor. Dios nos pide que seamos mensajeros para los demás de esa Buena Noticia que nos llena de alegría.
Trasmitamos que ha nacido Jesús, que ha nacido el Salvador, y que viene a salvarnos. Preguntémonos: ¿a quién podemos ayudar en estos días a sentir el amor de Dios en su vida? Nosotros no salvaremos a nadie. El único que salva es Dios. Es el Espíritu Santo el que actúa. No queramos ser los protagonistas. El protagonismo se lo dejamos a Dios, que es el único que salva. Nosotros solo podemos colaborar, desde nuestra humildad, a que todos conozcan el nombre de Jesús, el Salvador. Y precisamente Jesús significa: Dios nos salva. Que Dios nos bendiga y llene nuestras vidas de mucha alegría, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.