Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre».
Palabra del señor
P. Héctor Lordi
La casa de los amigos de Jesús, se llena de la fragancia del perfume. No se trata de un perfume ordinario. Es “un perfume de nardo muy fino, auténtico y muy costoso”. Sólo el amor hace una cosa así. Solo el amor puede producir este derroche. Derroche de entrega, derroche de belleza, derroche de generosidad, porque sólo el amor sabe ir a lo esencial. Y lo esencial del amor es la entrega generosa, es la donación de sí.
Judas es un chanta, mentiroso y encima corrupto. Mente fría o pecho frío, y mente calculadora y un aparente interés por los pobres. Hace el ridículo. Está en otra onda. Es la onda del egoísmo. Preparando una traición. Sólo María de Betania, la que había elegido la mejor parte, sabe lo que toca hacer en ese momento. Ella la tiene clara, y sabe ir al centro del misterio. Le mete corazón a lo que hace. Sabe ir al centro de la vida. Sabe ir a lo esencial. Y lo esencial es el amor. Ella no es una embalsamadora de muertos sino una perfumadora de vivos. Está perfumando al Jesús que, en su corazón, ya ha resucitado antes de morir. Por eso, la casa se llena de la fragancia del perfume, es la fragancia de la vida, es la fragancia del amor. Podemos preguntarnos: ¿Cómo huele nuestra vida? ¿Huele a recinto cerrado, a humedad, a mal olor, a egoísmo miserable? ¿O huele al nardo de la libertad, de la alegría, de la entrega? ¿Huele nuestra vida la fragancia del amor? ¿Dónde nos ubicamos? En el primer caso, seremos devotos de Judas, el que optó por el egoísmo y la traición. En el segundo, somos devotos de María de Betania, la que optó por el amor y la generosidad.
Que Dios nos regale un corazón generoso, y expandamos el perfume de nuestro amor a todos los que nos rodean, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.