En tus manos, Dios, me abandono, modela esta arcilla, como hace con el barro el alfarero. Dale forma, y después, si así lo quieres hazla pedazos. Manda, ordena ¿Que quieres que yo haga? ¿Que quieres que yo no haga?
Elogiado y humillado, perseguido, incomprendido y calumniado, consolado, dolorido, inútil para todo, solo me queda decir a ejemplo de tu madre: “Hágase en mí según tu Palabra”.
Dame el amor por excelencia, el amor de la cruz; no una cruz heroica que pudiera satisfacer mi amor propio; sino aquellas cruces humildes y vulgares que llevo con repugnancia. Las que encuentro cada día en la contradicción, en el olvido, el fracaso, en los falsos juicioso en la indiferencia, en el rechazo y el menosprecio de los demás, en el malestar y en la enfermedad, en las limitaciones intelectuales y en la aridez, en el silencio del corazón.
Solamente entonces Tú sabrás que te amo, aunque yo mismo no lo sepa, pero eso basta.
Amén.
P. Ignacio Larrañaga