Evangelio según San Juan 3, 1 – 8

lunes, 9 de abril de
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Un fariseo llamado Nicodemo, maestro judío, fue a ver a Jesús de noche y le dijo: Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, pues nadie hace las señales que tú haces si Dios no está con él. Jesús le contestó: Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le dijo: Pero ¿cómo puede nacer de nuevo un hombre que ya es viejo? Jesús le contestó: Te lo aseguro, el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne; lo que nace del Espíritu es espíritu.” 

 

 

Palabra de Dios

 

 

 

 


 

P. Héctor Lordi sacerdote Benedictino

 

 

 

 

 

 

Nicodemo es fariseo y doctor de la ley. Está bastante bien dispuesto. Va a visitar a Jesús, aunque lo hace de noche. Sabe sacar unas conclusiones buenas. Reconoce a Jesús como maestro venido de Dios. Tiene buena voluntad. Es hermosa la escena. Jesús recibe a Nicodemo de noche. Me lo imagino que a la luz de una lámpara dialoga serenamente con él. Escucha las observaciones del doctor de la ley. Jesús le propone volver a nacer. Aquí Jesús no habla de volver a nacer biológicamente. Sino que habla de un renacer del Espíritu. Mucho no entiende Nicodemo, pero Jesús no se impacienta. Va presentando el misterio del Reino. No impone, sino que propone.


Jesús va ayudando a Nicodemo a profundizar en el misterio del Reino. Hay que nacer de nuevo. No es biológico. Es un nuevo nacimiento espiritual. Creer en Jesús supone «nacer de nuevo», «renacer» del agua y de Espíritu. Hace mención al bautismo. Ahí hemos empezado una vida nueva. Cuando nacimos fuimos hijos de Dios al ser personas. Pero con el bautismo hay un plus, un agregado. Dios nos dijo a cada uno: cuando naciste te recibí como hijo, pero a partir del bautismo sos mi hijo muy querido, o mi hija muy querida. Ese es el plus: somos por el bautismo hijos muy amados de Dios, y Dios como a hijos queridos nos regaló el Espíritu Santo que está en nosotros.


El evangelio, con sus afirmaciones sobre el «renacer», nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo: ¿se produce en nosotros signos de un renacer? ¿Hemos entendido la fe en Cristo como una vida nueva que se nos dio? ¿Vivimos la vida nueva de Dios nos ofrece? ¿O nos conformamos con vivir en la chatura? Nacer de nuevo es recibir la vida de Dios. No es como cambiar el vestido o lavarse la cara. Afecta a todo nuestro ser. Ya que creemos en Cristo y vivimos su vida, tenemos que estar en continua actitud de renacimiento. Dice san Bernardo que en la vida espiritual o se crece o se decrece. Dios no dio esa vida nueva que comenzó en nuestro bautismo. Pero esa vida nueva Dios la de en semilla. Depende de mí si crece o no. Es como una semilla que si la planto en medio de los yuyos, seguramente que no crecerá. Pero si remuevo la tierra, saco las malezas, riego esa semilla, de apoco irá creciendo y se convertirá en una plantita y un día dará su fruto. Si a una plantita no la regamos se va secando. Así pasa con nuestra plantita de la fe, debemos regarla cada día con el agua de la oración, de la lectura de la Palabra de Dios, de obras de servicio y caridad. Así irá creciendo día a día. No nos olvidemos que estamos llamados a vivir esa vida nueva que Cristo nos regala. Podemos vivir en las tinieblas y en la tristeza, o en la luz y en la alegría. Cada uno va haciendo sus opciones. Cristo que es siempre novedad nos invita a vivir una vida nueva. Vive una vida nueva el que reza con fervor, ama con transparencia y sirve con alegría.

 

 

 

Oleada Joven