Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Palabra de Dios
P. Matías Burgui, sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca
A lo largo de esta semana vamos a estar viendo cómo la Palabra nos ilumina con el capítulo 3 del evangelio de san Juan. Hoy compartimos los versículos del 16 al 21. Venimos de escuchar la hermosa catequesis de Jesús sobre la necesidad de renacer de lo alto. Seguimos con esto que el Señor le dice a Nicodemo.
Te invito a que podamos rezar sobre algunos elementos que nos presenta la Palabra.
En primer lugar, la muerte y la vida.
Es muy lindo descubrir y encontrarle la belleza a esto que Jesús dice. El binomio que hay entre la muerte y la vida. Estamos en el tiempo pascual, tenemos que ser amigos de la vida, pero ¿qué significa eso? San Juan lo asocia a la fe. Jesús dice que todo aquel que cree no muere, sino que tiene vida eterna. Y esto nos puede ayudar a pensar, ¿no? Porque uno puede decir: “Pero, ¿cómo? Si yo estoy vivo y tengo fe. ¿Cómo puede ser que el Señor hable de la vida”. Está muy bien decir esto. Sin embargo, muchas veces no tenemos vida en serio: todo se vuelve rutinario, medio que nos acostumbramos a nuestros defectos, andamos cansamos. La realidad es que la fe nos hace tener una movilidad, nos vuelve dinámicos, la fe verdadera te hace ponerte de pie, encontrarle un gusto diferente a todo, disfrutar de los momentos de encuentro con el Señor con mayor intensidad. Esa es la fe que tiene que brillar, la que te da vida nueva, vida eterna, la que te ayuda a seguir adelante y anunciarlo al Señor. Así que fíjate cómo estás creyendo, eh. Porque siempre hay que pedirle a Jesús que te aumente la fe, una fe de calidad. Tené seguridad, no dudes, no reces con miedo, como dando lástima. No no, hay que tener convicción, confianza. Eso es lo que verdaderamente te va a dar una vida nueva: saberse sostenido e impulsado por el buen Dios.
En segundo lugar, las tinieblas y la luz.
Este es el otro binomio que usa Jesús en el evangelio. Los hombres prefirieron las tinieblas, dice el Señor. Claro, porque muchas veces nos acostumbramos a andar a oscuras, la visión espiritual se acomoda muy fácil a lo chato, porque zafamos, porque andamos medio tibios. Hoy me animo a decirte que vos y yo tenemos que ir hacia la luz. Aunque nos cueste, aunque nos delate, aunque se muestre nuestra fragilidad, aunque sepan que nos equivocamos. ¿Sabés para qué? Para que brille Cristo, no vos. Vos no tenés que brillar, tiene que brillar Jesús y a través tuyo iluminar la vida de los demás. Que el que te vea, vea el reflejo de la luz, que es Cristo Jesús. Pedile al Señor la gracia de acercarte a la luz, de renunciar a toda mentira que te ata, que te oscurece y proponete andar vivo, resucitado y como hijo de Dios.
Acordate que la clave es que Dios amó tanto al mundo, te amó tanto a vos, que envió a su Hijo para que tengas vida en abundancia.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.