Orando nos ponemos en camino

lunes, 4 de noviembre de
image_pdfimage_print

La oración significa, ante todo, estar dispuesto frente a Dios, que siempre es nuevo, que siempre es distinto. Se trata de un Dios que se puede alcanzar profundamente, cuyo corazón es más grande que el nuestro. La disposición a entregarse en la oración a un Dios siempre nuevo nos libera. Durante la oración estamos constantemente en camino, en una peregrinación. En nuestro camino encontramos una y otra vez personas que nos muestran algo sobre el Dios al que buscamos. Nunca sabremos con certeza si lo hemos alcanzado realmente. Pero sí sabemos que Dios se acerca siempre a nosotros de una manera nueva y no existe motivo algun para temer.

 

La oración nos da el valor para extender los brazos y dejarnos conducir. 

 

 

La oración es el acto por el cual tomamos distancia de nuestros bienes materiales  y nos liberamos para acercarnos a Dios, sólo para estar en Él. De allí se explica el porqué, a pesar de nuestro deseo muchas veces auténtico de rezar, sentimos al mismo tiempo una fuerte resitencia a realizarlo. Quisiéramos acercarnos cada vez más a Dios, al origen y a la meta de nuestra existencia; sin embargo, al mismo tiempo notamos que cuanto más nos acercamos a Dios, tanto más fuerte se vuelve su exigencia de abandonar las numerosas estructuras “seguras” que hemos levantado a nuestro alrededor. La oración es un acto radical porque interpela nuestro ser en el mundo, porque nos lleva a deshacernos de nuestro propio ser anterior y aceptar nuestro nuevo ser, que es Cristo.

 

Esto es lo que quiere decirnos San  Pablo cuando proclama que hay que morir con Cristo para poder vivir con Cristo. Es la experiencia de la muerte  yla vuelta a la vida de la que da testimonio Pablo en su Carta a los gálatas cuando dice: “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 19b  y ss.)

 

Durante el acto de la oración vacila la ilusión de nuestro control y nos separamos de todos nuestros bienes falsos y nos orientamos completamente hacia Dios, hacia Aquel a quien sólo nosotros pertenecemos. Por esta razón, la oración es un acto de muerte frente a todo lo que reconocemos como nuestra propiedad, y de nacimiento hacia una nueva existencia que no es de este mundo. La oración es realmente una muerte frente al mundo para poder vivir en Dios. El gran misterio de la oración radica en que, a partir de ella, caminamos hacia un nuevo Cielo y una nueva TIerra, y por ende, nos anticipamos a una vida en el reino de Dios. Dios es atemporarl, inmortal y eterno. La oración nos eleva a esta vida divina. 

 

 

Fuente: “El lenguaje del corazón”, Autor: Henri Nouwen

 

Oleada Joven