Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: “Maestro, queremos que nos hagas ver un signo”. El les respondió: “Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás.
Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón.”
Palabra de Dios
P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito
A Jesús no le gustaba que le pidieran milagros. Los hacía con frecuencia, por compasión con los que sufrían y para mostrar que era el enviado de Dios. Pero no quería que la fe de las personas se basara únicamente en las cosas espectaculares. Quería que la fe se apoyara en su palabra y no tanto en los milagros. Por eso les dice si no ven signos, no creen. Además, los fariseos que le piden un milagro ya habían visto muchos y no estaban dispuestos a creer en él, porque cuando hay malicia y no se quiere oír el mensaje, no se acepta al mensajero. Interpretaban todo mal, decían que Jesús hacía milagros apoyado en el poder del demonio. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor malicioso que el que tiene veneno adentro.
Jesús apela, esta vez, al signo de Jonás, que se puede entender de dos maneras. Ante todo, por lo de los tres días, como Jonás estuvo en el vientre de la ballena tres días, así estará Jesús en el seno de la tierra y luego resucitará. Este va a ser el gran signo con que Dios revelará al mundo quién es Jesús. Pero la alusión a Jonás le sirve a Jesús para deducir otra consecuencia. A Jonás le creyeron los habitantes de una ciudad pagana, Nínive, y se convirtieron, mientras que a él no le creen, y eso que es más que Jonás.
Nosotros tenemos la suerte del don de la fe. Para creer en Cristo no necesitamos milagros nuevos. Los que nos cuenta el evangelio, sobre todo el de la resurrección del Señor, justifican nuestra fe y nos hacen alegrarnos de que Dios haya querido intervenir en nuestra historia enviándonos a su Hijo. No debemos ser, como los fariseos, que exigen demostraciones y, cuando las reciben, tampoco creen, porque las pedían más por curiosidad que para creer. No seamos como Tomás el incrédulo que dijo si no lo veo, no lo creo.
La fe no se apoya en milagros espectaculares o en revelaciones personales. Jesús ya nos alabó cuando dijo felices los que crean sin haber visto. Nuestra fe es confianza en Dios que nunca nos engaña, alimentada por la comunidad eclesial a la que pertenecemos y que, desde hace dos mil años, nos transmite el testimonio del Señor Resucitado. La fe, como la describe el nuevo catecismo, es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él. El gran signo que Dios ha hecho a la humanidad, de una vez por todas, se llama Cristo. Que Dios nos regale una fe robusta, una fe confiada, una fe enamorada, para creer en Jesús sin reclamar tantos signos.