“ Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dió a luz a su hijo primógenito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.” Lc 2, 7
“Porque no había sitio para ellos” Estas palabras quedan resonando en el corazón y llevan a pensar; tal vez porque estamos en Adviento y en el aire aparece una invitación tácita a preparse para contemplar una vez más el misterio de un Dios que se hace pequeño e indefenso para nacer en un humilde pesebre. Invitación que es fácil de ignorar ya que vivimos sumergidos en una continua vorágine, corriendo.
Nos detengamos en la siguiente imagen: José y María, que guarda en su vientre a la promesa de Dios hecha carne, van puerta por puerta pidiendo un pequeño lugar para recibir al niño que vendrá a ser luz y salvación de muchos. En algunas solo reciben silencio a modo de ignorancia ante el pedido, en otras apagan la luz como señal de desagrado ante la llamada; hasta llegar a recibir esa respuesta tajante: “aquí no hay lugar para ustedes”.
Pensemos en que pronto volveran a peregrinar los tres, José, María y el niño en su vientre. Una vez más se detendran en cada hogar y golpearan una a una sus puertas. Cuando llegue a mi puerta, a tu puerta ¿qué respuesta le daremos?