Cuán difícil es desatar los nudos que bloquean nuestros pasos, cicatrizar las guerras, alivianar el peso del pasado, para reevaluar y recomenzar.
Cuán difícil es el perdón en estos tiempos de avalados rencores, de vacíos y grietas atroces.
Cuán imposible resulta reconciliarnos con la experiencia del pasado y salir de los recuerdos antiguos, de los errores o culpas, dejando de lado lo ocurrido.
Es verdad que el amor no borra los sucesos ni tampoco los olvida. Pero sí da una apertura a nuevos procesos que nos permite examinar y aceptar aquello con lo que el pasado nos oprime en el presente.
La cura del amor no tiene medida, ni límites. Reinicia la vida ofuscando la ponzoña y aplacando la angustia que abraza.
El amor tiene esa particular manera de reconciliar las partes que la vida misma nos fragmenta.