Charlando sobre la fe en tiempos de aislamiento

lunes, 11 de mayo de
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En este tiempo de cuarentena que avanza, se nos sigue insistiendo, por medio de flayers, hashtag, videos, publicidades, desde distintas instituciones, sobre la frase quédate en casa. Esto nos hizo reflexionar sobre cómo es que nuestra fe, que parte de un encuentro personal con Jesús, puede ser vivida hoy de esta manera tan particular y diferente a como estábamos acostumbrados hace poco más de 50 días atrás…

De un día para el otro, dejamos de juntarnos en la parroquia, de hacer reuniones de grupos en casas, de matear, se cortó la dirección espiritual, la Confesión, la Misa… las parroquias se vaciaron. Y empezamos a experimentar una forma nueva, diferente de vivir nuestra fe; los encuentros empezaron a ser distintos, las misas “en vivo”, se abrieron segmentos de formación virtuales, catequesis on line, centros de acompañamientos para personas que viven solas, rosarios, en fin mil actividades y formas muy valiosas de seguir transmitiendo, e invitando a vivir la fe desde nuestras casas.

Sin embargo, nos hace falta algo, y es el encuentro con el otro, el encuentro personal que incluye lo físico, el poder mirarnos a los ojos sin la intervención de una pantalla, encontrarnos en una charla, tomar de la mano o abrazar a alguien que lo necesita, escuchar al que nos habla sin la posibilidad de ponerlo en espera, hablarle a alguien sin presionar un botón, caminar con alguien con quien nos apoyamos mutuamente, reír y llorar juntos, comer algo entre muchos, mirar juntos una peli, y muchas cosas más.

En fin ese encuentro, esa compartida con la comunidad parroquial que hoy no tenemos pero que sabemos que en algún momento vamos a volver a tener, es lo que anhelamos. Y creemos que esto, puede hacer resonar en nuestro corazón la frase “nadie se salva solo”; en estos momentos vemos cuánto necesitamos del otro, de esos compañeros en el camino de fe, que nos sostienen y alientan. 

No negamos la riqueza que hoy se está dando a partir de lo virtual, pero sí afirmamos las ganas de volver a la vida de parroquia, de retomar las reuniones, de ver al padre pasar por los grupos, de ver a alguien que se está encontrando con Jesús en la confesión, experimentar la unión con la comunidad en la misa. Viendo el lado bueno, este tiempo nos puede ayudar a redescubrir el valor de la eucaristía, ese anhelo de querer encontrarnos con Jesús en el pan, y también de valorar aquellas cosas que quizás se volvieron cotidianas o rutinarias y reencontrar el valor que tienen en nuestra vida, como por ejemplo el grupo de jóvenes, las actividades parroquiales, misiones, etc. 

Por otra parte, es hermosa la imagen de las familias rezando en casa, pero no debemos olvidar la dimensión dinámica de la fe, que moviliza, que invita a salir, a anunciar personalmente la certeza del amor, la luz del evangelio, como lo vivieron los discípulos de Emaús, que sintieron que su corazón ardía cuando les hablaba Jesús en el camino y salieron al encuentro de los otros (cf. Lc. 24, 32-33)

Puede también, que haya un solo integrante de la familia que vive la fe y se ve en la dificultad de compartir con alguien esa experiencia de amor tan grande con Jesús. Incluso así no debemos olvidar que el que tengo a mi lado es valioso también a los ojos de Dios, y es más, ahí mismo se encuentra Él.

Hoy queremos recordar ese ardor, ese fuego, esa luz, pedirle a Dios que nos ayude a que no se apague, que siga ardiendo, que siga viva, que lo reconozcamos en nuestra casa, si estamos con nuestra familia y si no, que podamos hacer experiencia de la Iglesia que se encuentra unida por Cristo en la fe. No recordemos y pidamos esto con tristeza, pidámoslo con mucho entusiasmo, alegría, esperanza, amor y fe.

No fue casualidad que hayamos pasado la semana santa y esté transcurriendo el tiempo pascual de esta manera… Que este tiempo nos ayude a hacer memoria de la forma en que Jesús le mostró a sus discípulos quién era, lo hizo por medio de encuentros personales, no les envió un mensajero, Él mismo se hizo uno más de ellos, de nosotros, y como si eso fuera poco, antes de irse nos dijo que está con nosotros hasta el fin del mundo, y nos envió su espíritu en Pentecostés.

No soltemos nunca su mano, caminemos todos juntos con Él y, sobre todo, en este tiempo, pidámosle que nos haga cada día más conscientes de su presencia entre nosotros. 

 

F.H y M.C.