Un corazon que late en el mundo

miércoles, 1 de julio de
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Estos últimos años me ha dado mucha devoción el Sagrado Corazón de Jesús. Más bien porque me evoca recuerdos entrañables de celebraciones pasadas, de encuentros, de compartir con la gente. Y la verdad que este año esperé particularmente esta fiesta. No solo porque es importante para la Iglesia, sino porque cobra mucho sentido para mí en este momento de la historia.

Pensar en el corazón humano desde lo orgánico, es pensar en vida, pensar en el corazón desde los vínculos es pensar en entrega. Pero contemplar el Sagrado Corazón es reconocer una fuente inagotable de amor. Y más en estos tiempos cuando tanto se necesita. Es sentir la presencia viva de Jesús quien con su corazón traspasado de tanto amor viene a sanar el alma, a aliviar el cansancio, a dar consuelo y esperanza a la humanidad completa que está dolorida y llena de incertidumbre por lo que vendrá.

¿Y cómo estamos haciendo tangible este amor de Jesús? Es una pregunta difícil. Lo digo porque cuesta dar esperanza desde el encierro, desde la ventana de nuestra casa viendo cómo pasa el tiempo sin mirar atrás. Genera mucha angustia no poder ponernos en movimiento para salir a acompañar a los que más sufren. Para muchos, vivir la caridad es esa necesidad de poner el amor por medio de acciones concretas de ayuda a los hermanos. Y aunque sin duda esa es la manera más directa, en estos momentos cuidarse y permanecer en casa también es practicar la caridad, de una forma distinta, poco acostumbrada, pero caridad al fin. Cuidarse para cuidar, esa es una consigna que nos debe acompañar por estos tiempos en la medida de nuestras posibilidades y hasta cuando sea necesario.

Volviendo la vista a la pregunta anterior y tratando de dar una respuesta a ella (aunque no necesariamente la tendré) sólo se me viene compartir una palabra: Presencia. Para llevar el amor del corazón de Jesús me siento invitado a ser presencia que acompaña y trata de iluminar en medio de la oscuridad. Y es que me da mucha alegría y admiración ver tantos testimonios de personas que hacen presencia física con su entrega y sacrificio (a riesgo de la propia vida) llevando un plato de comida a los más necesitados o dando consuelo a los que sufren. Pero también me he dado cuenta que hay maneras de ser presencia en la distancia, incluso en modos “virtuales” tan demandados hoy. Porque un llamado, una videollamada, un vídeo, no solo sirven para hacer “teletrabajo” o asistir a una clase de la universidad, estos medios digitales también pueden ser o transformarse en espacios de misericordia, de acompañamiento, de acogida. Que no se nos pase el confinamiento (y con él, la vida) sin haberle alegrado el día a alguien con nuestro llamado, a un amigo o amiga que la ansiedad le está ganando, a un compañero de trabajo que está estresado con la carga laboral desde casa o a un vecino que necesita que le acerquemos algo de comer; que no se nos vaya la oportunidad de repetir más veces de lo acostumbrado un “te quiero” o un “te extraño” a nuestros padres, hermanos, abuelos o seres queridos que quizás no vemos hace semanas o meses. Que todo lo que podamos expresar en estos días salga desde lo más profundo de nosotros. Aprendamos a atender, a escuchar con cariño, a poner oído atento a lo que nos cuentan (aunque los temas sean siempre los mismos) para que a cada momento con nuestras palabras, consejos e incluso silencios, podamos ser reflejo del gran amor que Jesús nos tiene.

Que el anhelo de un retorno a la normalidad tan esperada, nos ayude a seguir viviendo este tiempo desde el Sagrado Corazón que sigue latiendo cada día con fuerza en el mundo.