Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles”. Y les decía: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder”.
Palabra de Dios
P. Nicolas Retes sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Colabora en el equipo de Pastoral Vocacional de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina
Las condiciones que pone Jesús para poder seguirlo: negarse así mismo, renegar de uno mismo, cargar con la cruz, bueno realmente allí seguirlo. ¿En qué consiste esto de negarse a uno mismo? vale decir, el no anteponer nada frente a Cristo lo primero siempre es Jesús en nuestras vidas, es Dios, después seguimos nosotros; esto no sucede fácilmente en nuestras vidas, necesitamos de la gracia de Dios para que nos cambie, para que nos transforme, la fuerza del Espíritu Santo puede hacer esto si somos dóciles a Su voluntad.
“El que quiera salvar su vida, la perderá” dice el texto, de eso se trata, porque perdiendo la propia vida se la encuentra, negándose a uno mismo, entregando muchas veces momentos de disfrute, cosas válidas por la salvación de otros nos ayuda a crecer, y que el Reino de Dios crezca también.
Se trata de alguna manera de negarnos a nosotros mismos, negando nuestro egoísmo, y dándole libertad a nuestro corazón para que ame, ame sin fronteras, ame sin límites. Insistimos, todo esto sólo es posible con la gracia del Espíritu Santo.
En este viernes 17 de Febrero queridos amigos de oleada joven pedimos al Señor la gracia de no avergonzarnos de Jesús y de los regalos que nos ha hecho con su gracia, con su amor, con su ternura; al contrario, valorarlos y decidirnos a seguirlo hasta el final, no tener miedo de “perder” la propia vida, de entregarnos, de gastarnos, de jugarnos por Jesús, en eso consiste justamente nuestra tarea como discípulos misioneros, el seguimiento de Jesús.
Pero las características que Jesús nos presenta en este evangelio nos llevan entonces a renegar de aquellas cosas que nos alejan de Él, que no son buenas para nosotros ni para nuestros hermanos. Negarnos a nosotros mismos, cargar con la cruz recibi.