Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: “Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: “Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: ‘Volveré a mi casa, de donde salí’. Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio”.
Palabra de Dios
P. Nicolás Retes sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires
¡Queridos amigos de Oleada Joven ! El evangelio de hoy nos ayuda a tomar conciencia de que el Reino de Dios, va llegando a nosotros y cuando esto sucede, cuando Dios entra en nuestra vida y nos transforma:
– Nuestra existencia.
– Nuestra forma de ser, de pensar, de obrar.
– Nuestras propias estructuras a las cuales, a veces estamos anclados.
Cuando ocurre esto, cuando Dios penetra en todo nuestro ser, por supuesto que, toma posesión de nosotros y nos hace realmente hacer las obras de Dios. Tenemos los sentimientos que tiene Jesús.
Por el contrario, cuando dejamos que el espíritu del mal de apodere de nosotros, allí es cuando comienzan los problemas.
– Cuando nos olvidamos del Señor.
– Cuando empezamos a tener ciertos hábitos que no son buenos.
– Costumbres.
Esto nos va alejando y se empieza a instalar en nosotros lo que llamamos “la comodidad, la falta de oración”. El alejarnos del Señor lentamente. Digo lentamente, porque esto no suele ocurrir de golpe. Generalmente sucede que es imperceptible, pasa sin que nos demos cuenta.
No suele ser una tentación enorme, sino que, pequeñas tentaciones consentidas, que vamos dejando de lado al Señor: dejamos de rezar o alguna otra práctica piadosa buena, que estamos acostumbrando hacerla y la haciamos con cariño, con amor. Y bueno, allí es cuando se instala el mal espíritu en nosotros.
Por eso, hay que estar siempre alerta, hay que estar siempre velando, hay que estar siempre con el corazón dispuesto a dar razón de nuestra Fe y fijarnos cual es el espíritu que nos mueve.
Pedimos entonces, la gracia realmente de reconocer el Reino de Dios ha llegado a nosotros y que por lo tanto, por lo tanto, buscamos realmente agradar a Dios y vivir siempre en su presencia. Que podamos contagiar esta gracia que el Señor nos ha regalado.