Hijo, arde para Dios

viernes, 10 de febrero de
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Dio vuelta el rostro y, con sus ojos fijos en los copos que caían sin cesar, dijo: —En estos momentos, la Iglesia necesita combatientes, hijo. Los necesita mucho. (…) La Iglesia de Dios necesita santos. ¿Me oyes bien, hijo? ¡Santos! Has deseado ardientemente alistarte en lo que llamas la alta caballería. Bien: ¡Arde! Pero no seas un fuego de pajas. Arde con vigor, tan vigorosamente como las estrellas y como el sol. ¡Continúa ardiendo hasta que te quemes! Si estás dispuesto a entregarte a Dios, entrégate por entero o no le entregues nada. Sé un Santo.

 

Entonces, tomando al muchacho por el brazo, lo acercó a la chimenea. —¡Mira! —dijo— y abrió la campana. La corriente de aire que penetró, levantó las llamas hasta la boca misma de la chimenea. —¿No ves, hijo mío? ¡Mira la furia salvaje y el vuelo de estas llamas! —Roberto asintió—. ¡Observa ahora! —Teodorico cerró a medias el escape y, muy pronto, las llamas perdieron su vigor y los leños ardieron con tranquila intensidad—. ¿ Ves el efecto del control, hijo mío? Algunos llaman a esto tapar el fuego. Lo que quiero que recuerdes es que los fuegos tapados con ceniza, arden por más tiempo y dan más calor. Tienes un gran fuego en tu carácter, muchacho. A veces, te vuelves violento, como el fuego cuando se abre el escape de la estufa. Eso significa falta de control. Quiere decir que tus llamas llegan hasta lamer la campana, sin beneficio para nadie. ¡Quiero decir, también, que tu fuego arderá rápidamente y se consumirá! Aprende a taparlo, hijo mío, para continuar ardiendo.

 

—Luego apoyando tiernamente las manos en los hombros de Roberto, exclamó—: Hijo, arde para Dios. Necesita algún calor para derretir el hielo que debe rodear su corazón.

 

 

Tres Monjes Rebeldes, de M. Raymond

 

 

 

Milagros Rodón