La muerte nunca tiene la última palabra

martes, 22 de agosto de
image_pdfimage_print

Hoy es un día de oscuridad en mi país (Chile). Aquél día que muchos temíamos llegó. El día donde la muerte se disfraza de ley. El día en que un montón de palabras mal redactadas se vuelven arma de poderosa destrucción.

 

Se me aprieta el corazón de pensar en que en una sociedad donde se busca defender los derechos y la libertad de todos (como debe ser), no haya existido la suficiente humanidad para hacer lo mismo con la vida que está por nacer. Por aquellos humanos que no piden venir al mundo, pero que sin duda, les toca enfrentarse a la muerte antes de tener la posibilidad de abrir los ojos a la vida.

 

Se nos pide no vulnerar a los demás y al mismo tiempo pedimos no sentirnos vulnerados en muchas situaciones de nuestra existencia, pero qué se hace con aquellos que por indefensión e inocencia no pueden nisiquiera levantar la mano o pronunciar una palabra en su defensa?.

 

Hoy cuando el Tribunal Constitucional aprobó las tres causales del proyecto de despenalización del aborto sentí un frío en mi espalda de esos que te calan los huesos.

 

Pese a que algunos festejaban públicamente, yo sentí en lo más profundo que no había nada por qué celebrar. No había motivos para levantar copas ni saltar de gozo.

 

No los culpo, los respeto, como cualquier hermano de humanidad merece ser respetado. No voy a juzgar, porque no soy quién, pero sí repito con fuerza como Jesús en el Calvario: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. 

 

En ese momento, se me vino a la mente la imagen de la crucifixión y muerte de Jesús. Me vi envuelto en la desesperanza de aquellos que creían que la muerte habia vencido. Palpar tantas vidas que no van a nacer, imaginar tantos rostros que no van a ver la luz del sol, ni van a respirar el aire fresco que limpia los pulmones.

 

Me duele, me duele una vez más mi País, un lugar donde la cultura de la muerte viene para quedarse, y lo peor de todo que a la vista y con la autorización de todos.

 

Pero pese a lo abrumador que ha sido este día, vuelve a surgir a lo lejos un brote de esperanza, de pensar nuevamente en la imagen de la cruz y pensar en cada Semana Santa en que vuelvo a renovar la certeza de que Jesús no se quedó atrapado en ese madero sino que bajó de él para traernos vida eterna con su resurrección y una alegría permanente, propia del Cristiano.

 

 

Digan lo que quieran, el estar a favor de la vida no es solo cuestión de religión sino también de humanidad. Pero a estas alturas qué más da. Al ser creyente mi vida la concibo como un regalo, un don para dar y darse. Hoy hemos perdido una batalla, pero la lucha por la vida sigue. Por difícil que suene hay mucho que podemos hacer aún. 

 

Lo que puedo decir con total seguridad es que me niego, sí, me niego rotundamente a dejar que la muerte sea algo cotidiano o se vuelva normal. Digan lo que digan, con ley o sin ley, hay muchos hermanos por salvar aun. Hay muchas vidas que ponen su confianza en nosotros. Dios nos dará la gracia.

 

 

Javier Navarrete Aspée

 

 

Javier Andrés Navarrete Aspée